"You live, you learn, you upgrade": lecciones del 2022
Mi edición personal de ‘2 Fast 2 Furious’
Se acabó el 2022.
¿Por dónde empezar a hablar de este año?
Hace unos días encontré la lista de propósitos que hice el diciembre pasado, cuando un camión llamado Despecho —apártate, Tennessee Williams— me llevaba por delante y me entregué por completo al wishful thinking y la manifestación, porque esa es la única manera de sobrevivir a la época más feliz del año cuando estás en tu era más triste. Para mi decepción, descubrí que cumplí solo cinco cosas de las veinte que me planteé, por lo que decidí que, de ahora en adelante, la única forma en la que conectaré con el idealismo del año nuevo será a través de vision boards y collages bonitos, porque prefiero ver fotos de Pinterest recortadas estéticamente que volver a hacer una de esas listas cuya función principal es la de agendar un emotional breakdown con 12 meses de anticipación.
En fin, la lista no me sirvió como una manera real de evaluar este año, así que tuve que ver más allá, recurrir a otros materiales bibliográficos que pudieran ser útiles, y luego de una visita a mi hemeroteca personal, aquí estoy. Para cerrar el 2021, escribí un artículo en el que hablaba de las lecciones que había aprendido en los 12 meses anteriores. “You live, you learn”, decía, porque ciertamente había vivido y aprendido algunas cosas a las que quería darles cierta formalidad compartiéndolas. Fue un ejercicio de consciencia lindo, un modo de estar presente y reconocer todo por lo que había pasado, y quiero hacerlo de nuevo, pero como dice el personaje de Julia Roberts en la única rom-com del 2022 que nos recordó el poder de las estrellas de cine, Ticket to Paradise: “you live, you learn, you upgrade”, con lo que básicamente quiero expresar que este año pretendo hacerlo mejor.
Viví un poco más —de hecho, completé mi primer cuarto de siglo—, aprendí algunas cosas útiles e hice unos cuantos upgrades que vinieron en forma de nuevas experiencias, las cuales me hicieron la persona que escribe esto hoy: un mujerón empoderado y evolucionado que lloró y se rió bastante en el 2022, y ahora quiere compartir con ustedes una serie de pensamientos que tuvo cuando no se encontraba en pleno llanto o a la mitad de una carcajada, sino en un tercer momento más misterioso y amenazante: luego de sumergirse en las profundidades de la introspección, el mismo lugar en el que Taylor Swift dijo que estuvo cuando escribió Midnights, solo para terminar reflexionando sobre cómo el karma es un gato.
En fin, he pensado cositas, sí, y quería honrar el año en el que me he sentido más auténticamente yo con algo especial, así que les doy la bienvenida a la segunda edición de un artículo que, sin querer, inició una tradición, y anuncio, con un nivel de felicidad tan alto que estoy al borde de un happy cry, que están frente a la primera colaboración de The Vortex, ya que aquí no solo encontrarán algunas de las lecciones que marcaron mi 2022, sino ilustraciones hermosas que engloban lo que viví y sentí aprendiéndolas, hechas por Alexander Guzmán, un amigo que me regaló este año cuyo talento no deja de ser impresionante para mí.
Con ustedes, los hallazgos™:
Llamar las cosas por su nombre puede ser tristísimo y, al mismo tiempo, liberador
Ya decía antes que una de las cosas que aprendí este año es que, a pesar de mis propios esfuerzos, el dolor me acompaña la mayoría del tiempo. El descubrimiento ocurrió un día de agosto en el que, primero, hablé del dolor emocional en terapia y casi una hora después, coincidencialmente, me caí en la calle. Al final, terminé llorando en el estacionamiento de mi edificio, una vez que el día había terminado, porque me dolía todo: el golpe, el ego, lo dicho antes de eso. Ahora creo que la vida se siente así muy seguido.
El tema había surgido en terapia porque mi psicoanalista me preguntó sobre mi relación con el llanto. Aparentemente, mi talento es querer llorar por todo y simultáneamente poner mil excusas por las que no puedo hacerlo. “Es tarde, mañana tengo que levantarme temprano”, “Esta persona no me puede ver llorando porque va a saber que me hizo daño”, “Si luego salgo a la cocina, mis papás van a notar que tengo la cara roja e hinchada”. En parte, no me permito llorar porque no me permito admitir que eso que siento se llama dolor.
He estado tratando de cambiar eso. Llorar y aceptarme dolida no es el mejor sentimiento del mundo, lo reconozco, pero me ha servido como una forma de parar por un momento, conectar conmigo y decir “Odio todo y me quiero morir”, lo cual definitivamente no suena bien, pero me parece importante hacer, porque creo que precisamente así se ve hacer check-in con nosotros mismos de vez en cuando.
Hace un mes tuve otro descubrimiento similar. Describiendo en voz alta dinámicas a las que no me parece justo que haya sido expuesta, terminé dándoles el nombre de “maltrato”. Fue horrible decirles así, sobre todo porque usar ese lenguaje me llevó a pensar en alguien más como un maltratador y el peso de aquella palabra no era algo que quisiera asignarle. Enunciar los términos correctos me puso muy de cerca con el dolor del que a menudo trato de huir, pero también me alivió, quizá porque me hizo sentir honesta, quizá porque volvió a ponerme del lado justo de las cosas, ayudándome a reconocer mis propios sentimientos sobre ciertos episodios.
Esta es una lección difícil de escribir, pero me alegra estar aprendiéndola. Si realmente nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir, como decía Joan Didion, me parece pertinente que usemos las palabras que tienen más sentido para nosotros, así que los invito a señalar lo que sienten con precisión, incluso si es algo negativo, y si hace falta que griten “I'm as mad as hell, and I'm not going to take this anymore!”, al igual que Howard Beale, háganlo.
Un cambio puede ser exactamente lo que necesitas
La época era septiembre de 2022. ¿El tiempo? Soleado, previo a las lluvias caóticas de octubre y noviembre. Los pájaros cantaban, el festival de cine de Venecia se inauguraba y Harry Styles le escupía a Chris Pine luego de que Florence Pugh se tomara un Aperol spritz. Todo parecía normal, la naturaleza sanaba y las celebridades volvían a darnos contenido de calidad. Solo había un problema: mi cerebro decidió que era momento de tener una crisis laboral.
Para entonces, quien era mi jefa me confió que iba a presentar su renuncia y trabajaría hasta final de mes. Dijo que quería hacer una pausa, encontrar su pasión y básicamente existir lejos del ritmo acelerado de las tareas que con frecuencia hacemos en automático. La conversación me afectó. Me hizo pensar en cómo yo, también, constantemente me siento encerrada en un círculo vicioso del cual no tengo salida posible porque, siendo realistas, actualmente no hay forma de que pueda mantenerme económicamente haciendo lo que me gusta, entre muchas otras razones: porque todavía no estoy completamente segura de qué es eso.
El año pasado hablaba de que aunque soy feliz en mi trabajo, seguir desenvolviéndome a futuro en un rol similar al que tengo es algo que me causa “pavor”. Sigue siendo cierto. Por eso, cuando alguien más tomó la decisión de abandonar una rutina que a veces resiento, entré en un hueco existencial que me hizo preguntarme qué más hay para mí. No me sentí bien con los prospectos, posibilidades demasiado limitadas para mi gusto. Me dio ansiedad. Me frustró no ver una eventual salida y me aterrorizó la idea de perder una de las comodidades que me ofrecía mi trabajo: una jefa que también era mi amiga.
Con octubre también llegó quien ocuparía su cargo y con ella, mis ganas de hacer lo mejor con lo que tenía a la mano. El miedo al cambio se volvió motivación y una desconocida se convirtió en una amiga también. No he soltado mis sentimientos en torno a hacer “lo que me gusta” ni he dejado de sentirme frustrada por tener intereses y aspiraciones que, coloquialmente, “no dan plata”, pero al menos ya no estoy sumergida en una crisis. Estoy tranquila, tratando de disfrutar de las pequeñas cosas que me ofrece el lugar en donde estoy hoy sin sobreanalizar qué voy a hacer después.
Tal vez fue la llegada de la spooky season y la manera en que logré convencer a mi equipo de trabajo de hacer una semana temática y disfrazarnos por cinco días, tal vez fue el hecho de que la persona a quien le temía resultó ser alguien de conocimientos admirables que muy pronto me demostró que creía en mis habilidades de una manera que me inspiró a mí también. Lo cierto es que lo que empezó como un trigger, el cambio, terminó siendo un punto de partida para sentirme mejor.
No has vivido hasta que te cortas la pollina
La vida es muy corta, todos nos vamos a morir, nadie realmente se fija en los demás, el pelo crece, etcétera. Esta es tu señal para que te cortes la pollina y si no funciona, también puedes ver Miss Americana, el documental de Taylor Swift, porque si hay una verdad sobre esa mujer que pienso sostener hasta que deje de existir, es que nadie tiene una pollina más aspiracional que ella.
Pensarían que este cuento no va a parar en un buen lugar si les digo que la primera vez que consideré la pollina en mi vida adulta fue durante el primer apagón nacional. Así es: pasó cuando estaba en mi estado emocional más vulnerable, a punto del delirio. Sin embargo, a veces encontramos lo que nos ayuda a aferrarnos a la cordura en los lugares menos pensados, como FaceApp, una aplicación que en un momento de oscuridad trajo luz a mi vida con sus funciones para cambiar de corte y color de pelo.
No sé si me dejé llevar por mi estado mental frágil, pero la pollina digital me hizo pensar que la pollina real era una buena idea. De todos modos, consciente de que no estaba en las mejores condiciones para tomar una decisión tan seria, congelé la idea hasta febrero de este año, cuando la valentía y la sensación de que nada importaba tanto se juntaron y me hicieron decirle a la peluquera las mismas dos palabras que seguramente enunció Ana de Armas cuando terminó con Ben Affleck: “Quiero pollina”.
Diez meses después, ella cuida de mí alimentando mi autopercepción —o fantasía febril— de chica francesa con pollina y yo cuido de ella cortándola cada dos semanas para mantenerla. ¿Qué les puedo decir? Ha sido una historia de amor de la cual aún no me quiero despedir. Solo puedo suponer que así se sintió Zooey Deschanel un día de la década de los 2000 y más nunca volvió a mirar hacia atrás. En fin: todos nos vamos a morir, nada importa tanto, Miss Americana está en Netflix, córtense la pollina.
Alguien va a escucharte
Soy la niña que se crió siendo interrumpida. Apenas lo noté cuando tenía 13 años y ni siquiera lo hice por mi cuenta. Un día mi hermano y mi cuñada me dijeron que a ellos les parecía muy cómico que mi mamá no me dejara hablar. No creo que ellos recuerden aquel comentario a estas alturas, pero yo nunca lo olvidé. Tampoco me causó risa; más bien, me dio vergüenza. De ahí en adelante, se me hizo imposible ignorar la manera en que todas mis oraciones tenían puntos suspensivos.
Me cuesta creer que algunas personas, como mi familia, encuentren relevantes las cosas que tengo que decir. Claro, si leyeran esto, rápidamente me dirían que por supuesto que les importa y supongo que tendrían razón: sé que les intereso y que eso en teoría involucra escucharme, pero también me pregunto si sabrían responder algo tan básico —cuando se trata de mí— como cuál es mi película favorita, aunque publique cosas relacionadas con ella en mis redes sociales constantemente y hasta use el DVD como un objeto decorativo. A veces, me cuestiono si sobreviviría —dime que eres dramática sin decirme que eres dramática— si mi vida dependiera de que mi familia contestara correctamente preguntas sobre mí. Creo que si la respuesta fuese positiva, la duda no tocaría mi puerta tan seguido.
He aprendido a ser extremadamente selectiva con los lugares en los que decido hablar y no me siento culpable por eso. Mientras que para algunos grupos de amigos probablemente sea una persona extrovertida y segura de sí misma, en otros entornos, como el familiar, me siento como alguien muy diferente, porque así lo he escogido. No es “empoderador” ni algo que me haga feliz; me da tristeza, porque decidir no malgastar mi energía no evita que quiera ser conocida por las personas que, se supone, deberían hacerlo.
Muchas veces, espacios como esos no cambian jamás, y lo único que está en nuestras manos es lidiar con la aceptación de ese hecho. Por fortuna, algo que aprendí este año es que aun en el lugar menos pensado, puede que encuentres a alguien que se interese por ti, y esa es una lección que me regaló mi hermana. Recientemente, hemos fortalecido una relación que siempre tuvo el potencial de ser la más nutritiva de mi vida familiar y no doy por sentadas, jamás, sus ganas de escucharme, aunque todavía me cueste hablar, ni tampoco su iniciativa de leer The Vortex para conocerme. Daniella, si estás aquí, gracias, te amo y mi película favorita es All That Jazz.
Siempre puedes decir que no, aun cuando parece demasiado tarde
Imagina que te comprometes a participar en un proyecto y es una oportunidad importante para ti porque podría permitirte demostrar que tienes talento para las cosas que te gustan. Imagina que una vez que empiezas a trabajar en él comienzas a notar que la persona encargada de darte las directrices pertinentes tiene un tono pasivo-agresivo que te incomoda. Imagina que sigues adelante aun en esas circunstancias y creas algo con lo que te sientes a gusto. Ahora imagina que esa persona recibe tu trabajo y lo rechaza bajo el pretexto de que no era lo que ella quería que hicieras a pesar de que nunca te dijo qué quería que hicieras, y cuando le preguntas cómo puedes mejorar, decide no darte ninguna respuesta aunque su rol es literalmente ser tu guía.
Ah, sí. Eso fue lo que me pasó hace dos meses.
Debía escribir una crónica. La entregué el día antes del deadline. La editora fue incapaz de darme un (01) consejo editorial, solo dijo que no servía y debía empezar desde cero y, además, me echó la culpa porque, según ella, los tiempos ya no daban para hacerlo. Su actitud me quitó todas las ganas que tenía de participar en esa experiencia y fue entonces cuando comencé a plantearme la idea de renunciar. Claro, lo hice de una forma totalmente hipotética porque no me parecía un escenario real el de poder decir que no. Ya me había comprometido, no había manera de que ahora pudiera comunicar lo incómoda que me sentía y alejarme del proyecto, ¿no?
Aun así, redacté lo que me hubiese gustado decir en el universo paralelo en el que podía hacer lo que quería. Fabriqué una respuesta sobre cómo no me sentía cómoda, cómo me habría gustado que existiera algún tipo de guianza editorial y cómo no iba a aceptar que se me responsabilizara por unas fechas mal estipuladas si, en todo caso, había entregado mi texto antes del deadline. Me sentí a gusto y pronto me di cuenta de que no podía dejar de decir estas cosas. Tenía que enviar ese mensaje.
Por un lado, entendía que nada me impedía decir que no. Por otro, pasé tres horas llorando mientras veía el botón de “enviar” porque me generaba una ansiedad enorme la idea de quedar mal, de retrasar los tiempos del proyecto, de recibir una respuesta ofensiva. Curiosamente, lo que me convenció de hacerlo fue recordar que este año, una persona que iba a comenzar a trabajar en mi oficina envió su renuncia en lo que debía ser su primer día. Si ella pudo hacer eso y el mundo siguió adelante y la compañía no se cayó, yo también podía decir que no.
Enviar.
No me arrepiento en lo absoluto. Ninguna oportunidad es lo suficientemente buena o importante para mí si sentirme incómoda y ser receptora de actitudes pasivo-agresivas es el medio para llegar a ella. Esa fue, de lejos, la peor noche de mi año, pero lo que rescato es la lección de que, definitivamente, nunca es demasiado tarde para decir que no, lo cual luego reafirmaría viendo Love Is Blind, un reality que me hace preguntarme cómo tanta gente es capaz de dejar a otra en el altar.
Los amigos son la familia que uno escoge
Mis amigos son algunas de las personas más importantes en mi vida. No puedo recordar una época en la que no haya sido así para mí. Los adoro y siempre lo he hecho, pero este año ese cariño se ha sentido diferente, más maduro, y he caído en cuenta del verdadero significado de uno de los clichés que solemos escuchar con más frecuencia: los amigos son la familia que uno escoge.
No sé exactamente qué pudo haber causado que profundizara así en ese sentimiento. Mi primera teoría es que tiene que ver con lo introspectiva que fui este año y lo mucho que analicé y cuestioné mis sentimientos y dinámicas con otros. Como decía el personaje de Annette Bening en 20th Century Women, “wondering if you’re happy is a great shortcut to just being depressed”, y muchas veces las preguntas que me planteaba para conocerme terminaban haciéndome sentir perdida y sola, hasta que veía a mi alrededor y no podía sino agradecer la existencia de un support system que he construido con mucho amor.
En un año en el que distintos grupos de amigos se organizaron para hacerme una fiesta temática de cumpleaños y se vistieron como personajes de mis películas favoritas, en el que dos de las amigas que más quiero me sorprendieron con su presencia luego de cuatro años sin verlas, en el que fui a un festival de música con una amiga de internet a la que aún no conocía en persona y terminé amando cada momento de la experiencia y uniéndome más a ella por eso, en un año así, en el que me sentí tan querida y afortunada, me parece una cosa increíble estar rodeada de gente tan mágica.
No digo esto a la ligera, aunque sea un lugar común: no sé qué sería de mí sin mis amigos. Genuinamente creo que son ellos quienes me han enseñado a cuidar del otro y a querer en voz alta. Son ellos quienes me conocen, quienes me apoyan, la razón por la que aun cuando todo se siente opaco y sin sentido, puedo recordar que tengo la libertad de escoger a mi familia y sentir alegría pura por lo bien que lo he hecho hasta ahora.
Sanar al niño interior es algo real
Y no entiendes lo real que es hasta que estás sola, sentada en el carro, comiéndote una bolsa de Doritos que compraste minutos antes en la farmacia y de repente unos chips de tortilla de maíz frita te saben a niña interior sana con una pizca de Amarillo No. 5.
A pesar de que en algún punto del 2022 también hice la cola del SAIME, creo que el momento del año en el que me sentí más adulta fue cuando caí en cuenta de que mi dinero es mío, lo que significa que con él puedo comprarme unos Doritos simplemente porque son una de mis chucherías favoritas, independientemente de cosas como que en mi casa solo se gaste en “comida de verdad”.
Para mí no es fácil esto —sí, sigo hablando de hacer cosas como comprar unos Doritos en una farmacia, algunos de nosotros estamos traumatizados— y creo que la razón por la que tenemos que “sanar” a esa versión pequeña de nosotros es porque en algún punto de nuestro crecimiento aprendimos de los adultos y comenzamos a negarle las cosas que quería, y soltar ese hábito puede ser extremadamente difícil.
Para sanar a mi niña interior, tengo que aprender a estar cómoda con darme el gusto de tener las cosas que quiero porque puedo tenerlas, sin que la culpa me consuma, sin sobreanalizar lo que se gasta. Tengo que aprender a dejarme sentir la alegría que me causan esos pequeños gestos y a abrazar el hecho de que mi niña interior sea la Veruca Salt de los gustos baratos. Mientras tanto, le agradezco al 2022 —y a la terapia— por enseñarme a dar los primeros pasitos de bebé para lograrlo.
Hay cosas que nunca vas a entender
Honestamente, como alguien que necesita entenderlo todo y a los 19 años encontró un enemigo en David Lynch por esa razón, esta es una lección que aplica para distintos aspectos de mi vida. Con frecuencia, me estrello contra una pared cuando no logro comprender por qué pasan ciertas cosas, cómo la verdad de las personas puede cambiar de un día para otro o la razón por la que la gente actúa de la forma en que actúa. Sin embargo, este año la situación que más me consumió por desafiar toda noción de lógica que existe en mi mente fue el hecho de que ni por un millón de dólares podría adivinar qué pasa por la cabeza de alguien con quien llegué a involucrarme románticamente.
Hay cosas que nunca voy a comprender y definitivamente la manera en que mi mejor relación y mi peor ruptura coexisten ligadas a la misma persona es una de ellas. A estas alturas del año, puedo asumir una actitud un poco más no-entiendo-no-importa —aunque no siempre— con respecto a este tema, pero hace varios meses atrás me atormentaba todo lo que me parecía inexplicable: que alguien demuestre felicidad de estar en tu vida y luego pueda tratarte como si nunca hubieras sido más que una carga; que esa persona no quiera verte más y, a regañadientes, te dé únicamente un día de su semana, solo para terminar diciéndoles a otros que eras demasiado “needy”, que demandabas mucho tiempo y no la dejabas concentrarse en sus proyectos personales, esos que aun después de la ruptura seguías apoyando y compartiendo en tus redes sociales porque desconocías la narrativa que existía a tus espaldas; que haya tuiteado y dicho a terceros que no la dejabas salirse de la relación, solo porque en cierto punto rogaste y trataste de plantear soluciones, precisamente dado a que no entendías qué estaba pasando, y al parecer sea alguien que culpa a los demás por no saber ejercer el libre albedrío; que luego de todo y aun hablando así de ti, le escribiera constantemente a tu mejor amiga y le dijera que, aprovechando que ella estaba en el país, le habría encantado conocerla “pero bue”.
No voy a sentarme aquí a escribir que estoy en paz con que alguien haya tenido comportamientos demenciales que me involucraban a mí, porque si David Lynch y yo seguimos trabajando en nuestros roces, es más que evidente que siempre quedará una espinita dentro de mí por todo lo que jamás llegaré a comprender sobre esa relación. Aun así, quiero aprovechar este momento para reconocer que una de las grandes verdades que sí pude entender este año es que no todo va a tener sentido dentro de lo que a mí, de una forma muy subjetiva, me parece razonable, y eso, para bien o para mal, no puedo cambiarlo.
Soltar lo que no entiendo ha sido un paso para lograr estar al menos un poquito más en paz con lo que está fuera de mi control, una meta gigante para una persona ansiosa, y debo decir que se ha sentido como una real victoria el aprender a estar más cómoda con la incertidumbre, aceptando que no debo ni puedo comprenderlo todo y encontrando en ella la belleza de saber que cualquier cosa puede pasar. La verdad, solo de esa manera fue que pude disfrutar de otra relación romántica que tuve este año: sin expectativas, sin necesidad de buscarle la lógica a lo que estaba ocurriendo, sin el poder de determinar cómo acabarían las cosas, y creo que así era exactamente como debía vivir esa experiencia para poder recordarla con cariño.
Mi consejo honesto es que hay que ubicarse en un punto medio entre ser bruta, ciega, sordomuda y reconocer que las mujeres somos las de la intuición, algo así como asumir que hay cosas incomprensibles, desligarse de ellas, dejarse llevar por lo que no se controla y escucharse a uno mismo, porque al final del día, la nuestra es la única verdad que tenemos.
¡Feliz Año Nuevo!
Gracias por estar aquí y quedarse para acompañarme en un año en el que fui de todo menos constante. Gracias a los amigos que me cuidaron, me hicieron llorar de la risa y se acercaron para preguntarme “¿Cómo estás realmente?”. Gracias a las personas que me escucharon, me leyeron y se interesaron por conocerme. Gracias a todos los que estuvieron, me enseñaron y me permitieron verme a mí misma a través de sus ojos. Gracias a Alexander, por haber puesto un día en mi cabeza la idea de tener ilustraciones en los artículos y compartir su arte con The Vortex en un momento tan especial como el fin de año.
Muchas veces veo a las personas que me rodean y me siento como asumo que lo hizo Lorelai Gilmore en la fiesta del final de Gilmore Girls: completamente agradecida y enternecida por el cariño de quienes organizaron la celebración, y también un poco confundida sobre la razón por la que los demás harían algo así. Si, de hecho, “it takes a remarkable person to inspire all of this”, debo decir que solo soy tan buena como las personas que están en mi vida. You’re the real deal.
Gracias, los quiero. Mucho más de lo que soy capaz de articular.
P.D.: Estaba pensando y ya que estamos en pleno Año Nuevo y toda la cosa, creo que tomarse un shot por cada referencia de cultura pop que encuentren en este artículo sería un buen drinking game para el día de hoy. Enjoy!
The best Vortex so far!
Increíble, amé las ilustraciones, el artículo y la reflexión. Un abrazo y sigue con esto!!