"I still don't understand the play": lecciones del 2023
¿Pensaste que no aparecería por aquí hoy?
But you'll fight and you'll make it through
You'll fake it if you have to
And you'll show up for work with a smile
And you'll be better and you'll be smarter
And more grown up and a better daughter
Or son, and a real good friend
And you'll be awake, you'll be alert
You'll be positive though it hurts
And you'll laugh and embrace all your friends
You'll be a real good listener
You'll be honest, you'll be brave
You'll be handsome and you'll be beautiful
You'll be happy
— Rilo Kiley, A Better Son/Daughter
¿Recibir un correo de The Vortex cuenta como una visita de un fantasma del pasado en época navideña? Soy yo, el mail que solías recibir inicialmente dos veces a la semana, pero que luego empezó a llegar a tu bandeja de entrada una vez al mes hasta que en 2023 desapareció por completo. ¡Boo!
Si tuviese una moneda por cada vez que alguien me dijo algo como “me suscribí a algo tuyo, ‘Vortex’, pero nunca me llegó nada, me quedé esperando” este año, tendría dos monedas. No es mucho, pero es suficiente para querer desempolvar el látigo con el que me doy a mí misma cuando siento que estoy fallando en algo — o para recordar que tengo un stellium en Virgo que me hace casi imposible aceptar que no soy perfecta, si creen en todo eso.
Sin embargo, navegando esos sentimientos de culpa y vergüenza, me di cuenta de algo más: en realidad hice mucho este año. Pasé un mes en la clínica pensando que mi mamá moriría, me dediqué —y dedico— a su cuidado, hice un diplomado, renuncié al trabajo de oficina que me estaba absorbiendo el alma, me encargué del vestuario de un comercial, participé en un proyecto para Vogue Italia, creé y di un curso de cine y moda, programé un ciclo de cineforos con invitados, volví a pintar, fui al cine sola por primera vez, tuve el pelo rosado por tres meses, conocí y/o trabajé con personas a las que admiro. Hice mucho, y eso me hizo sentir mejor. Tal vez no escribí, pero tampoco cambié el hábito por contemplar el relieve de la pintura del techo. Tuvo sentido, al menos para mí, que no escribiera… por unos meses. ¡Boo!
Mariella - 1
Stellium en Virgo - 0
La película que vi en el cine esa vez fue Asteroid City. También es la que le da su título a este artículo. “I still don’t understand the play”, dice el actor interpretado por Jason Schwartzman sobre la obra de teatro en la que está participando. “Doesn’t matter. Just keep telling the story”, le responde Adrien Brody como el director de la obra.
Fui sola a ver esta película porque había leído que trataba sobre el duelo —¿quizá el tema más recurrente en la filmografía de Wes Anderson?— y ciertamente si hubo un concepto al que me acercó este año, fue ese. Se me ocurrió que era oportuno vivir la experiencia de la sala oscura y la gran pantalla de forma individual en este caso, para absorber las imágenes y los diálogos efectiva y cómodamente. De más está decir que lloré. Sin embargo, la cosa con Asteroid City es que es difícil señalar con exactitud qué es lo que resuena de ella con uno. Podría decirse que es una película sobre nada, solo ideas inconclusas. Pero también que es una película sobre todo, incluyendo el ciclo de ideas inconclusas en el que se puede resumir la vida y las conexiones —a veces efímeras, pero de gran impacto— que hacemos con otros mientras buscamos darles sentido.
Lloré viendo Asteroid City y he vuelto a llorar revisitando algunas de sus escenas. Como les decía, no sé muy bien por qué. Tal vez Wes Anderson hizo una película que opera en niveles del subconsciente a los que no soy capaz de llegar con el lenguaje y la lógica. Pero el diálogo entre los personajes de Schwartzman y Brody sí puedo escucharlo claramente, como una instrucción.
Si de “eventos canónicos” se trata, este año me dio al menos una docena de ellos, y tengo el presentimiento de que pasaré el resto de mi vida dividiendo mis experiencias en un pre- y pos- 2023, como si entre una cosa y la otra una nueva versión mía hubiese reemplazado a la anterior — o, in pop terms, como si hubiese pasado de ser Avril a ser Melissa. Yo, realmente, sigo sin entender la obra, pero aquí estoy nuevamente, contándoles la historia y lo que aprendí de ella este año, con ayuda de las hermosas ilustraciones de Isabel Vargas (@sagravi), quien me ayudó a resumir en imágenes algunos de los sentimientos que más me ha costado articular. Vamos:
El amor incondicional existe
No fue un año fácil y el 2023 me presentó retos que jamás le desearía a alguien, mucho menos a una persona de 25 años. He tenido que lidiar con mucho y demasiado temprano, y las veces que me he preguntado cómo he logrado llegar tan lejos, la respuesta siempre es el amor.
En abril de este año publiqué un artículo hablando de la enfermedad y operación cerebral de mi mamá. Lo escribí cuando el panorama ya no parecía incluir la muerte, pero seguía siendo bastante oscuro. En aquel momento no sabía si mi mamá volvería a hablar, si realmente podía comprenderme, si llegaría a estar conscientemente presente de nuevo, si el movimiento del lado derecho de su cuerpo mejoraría lo suficiente para permitirle caminar o si sus terapias de respiración y deglución, entre otras, serían realmente efectivas. Ahora, en diciembre, me alegra poder decir que mi mamá cumplió todas esas metas. No estoy hablando de resultados perfectos, claro, sus movimientos pueden ser algo torpes, tiene días malos o regulares en los que no parece estar tan presente como en otros y de vez en cuando pareciera no tener control total de sus actitudes… pero habla, camina, respira, traga, ríe, comparte, conversa —de una nueva manera, pero lo hace— y, si leyeron ese artículo en abril, lo siguiente ya lo saben: canta.
Parecen solo buenas noticias y, desde cierta perspectiva, lo son: jamás dejaré de pensar que viví un milagro que agradezco cada segundo que puedo abrazarla, pero esto no quiere decir que su proceso de recuperación sea ameno siempre. Hay días en los que me he querido morir, quizá no literalmente, pero morir de todos modos. He tenido que cambiar mis hábitos y rutinas para estar disponible para ella, he sumado su cuidado a mi cuidado, he sacrificado cosas que son importantes para mí, he tenido que hacer el trabajo sucio, me he convertido —de forma forzada— en prácticamente la única adulta responsable de la casa y he estado muy, pero muy cansada.
Pero cada día me despierto y voy directo a su cuarto, le sonrío y le doy mil besos. Cada día le digo que la amo al menos diez veces — antes de la operación solo podía decirle “te quiero” porque me avergonzaba un poco usar la palabra “amo” con ella. Cada día es un nuevo día y cada día aprendo que el amor puede ser realmente incondicional. Supongo que sí me alegra haber descubierto eso tan temprano.
Hacer las cosas que te gustan puede salvarte
Eso es lo que viene a mi mente cuando en el presente pienso en que hice un diplomado de arte y moda este año. No fue una decisión fácil, atreverme a hacerlo. Tenía un trabajo de oficina y una mamá que apenas estaba aprendiendo a caminar. Sumarle a eso las responsabilidades que asumí que implicaría un programa de cuatro meses me daba miedo, por no hablar de los gastos. Fueron días de cuestionarme bastante, de preguntarme cómo podría resolver si mi mamá tenía una emergencia, de imaginarme llorando por no encontrar un espacio para hacer las tareas con una rutina tan apretada. Lo discutí con muchas personas cercanas, derramé algunas lágrimas ante la incertidumbre y al final, sintiendo que debía ser algún tipo de señal cósmica que se abriera un diplomado con un pénsum tan parecido a mis gustos en un momento en el que realmente necesitaba que algo me diera esperanzas, me arriesgué.
Las clases se convirtieron en un escape hecho a la medida para mí. Fueron cuatro meses en los que escuché hablar sobre los referentes que conozco y los temas que me han obsesionado por años, y todo esto venía de personas que se sentían tan genuinamente apasionadas por estas cosas como yo. Fue un espacio en el que me sentí menos sola, en casa, finalmente en contacto con lo que me gusta — y si han leído los artículos de fin de año anteriores, saben lo importante que es eso para mí.
“Esta cosa me salvó la vida”. Siempre he odiado ese tipo de afirmaciones que hace la gente. Creo que es el cinismo en mí que me hace pensar “No, tú te salvaste la vida, tú decidiste vivir, una canción no te salvó la vida”. Y si creyeron que iba a decir que he cambiado, que me he ablandado y que ahora pienso que el diplomado me salvó la vida, se equivocan. Parte de mí sigue siendo un hombre británico cascarrabias de 63 años (Hugh Grant). Nunca dudé sobre si viviría o no — como les decía, no me quería morir morir literalmente. Sin embargo, sí necesitaba algo que me recordara por qué me gusta vivir. El diplomado fue eso. Me reconectó con esas aspiraciones que había guardado en una gaveta bajo llave, me permitió explorar mi creatividad y me hizo querer alejarme definitivamente de aquello que me anclaba a la monotonía y la frustración. Así que, de un modo u otro, estar allí me salvó. No sé si la vida, pero sin duda el espíritu.
Algunas personas van a odiar que creas en ti
Boy, oh boy, oh boy. Si esta no fue una de las grandes lecciones del 2023… Lamentablemente para mis haters, este nuevo año vengo incluso más segura de mí misma y dispuesta a poner límites. Díganme Rihanna, porque estaré sirviendo UNAPOLOGETIC.
Ya, ya. Chistes aparte: en el 2023 escuché a personas despreciarme —en mi cara y a mis espaldas— por demostrar seguridad en mí misma, literalmente, y eso, por unos breves momentos, me hizo preguntarme si debía esconderme más, disimular que soy quien soy. Claro está, el pensamiento no duró mucho, estoy orgullosa de quien soy, y por eso escribo esto hoy.
Esta lección podría dividirse en tres capítulos: diplomado, trabajo, conclusiones. Y así será.
I. Diplomado
Un poco de Mariella lore: mi experiencia académica desde que tengo uso de razón se ha basado en la total y completa vergüenza que me da hasta decir “presente” cuando pasan lista. ¿Las exposiciones? Hacen que me tiemblen la voz y las manos. ¿Participar en clases aun cuando sé las respuestas? Humillante. Sin embargo, cuando decidí inscribirme en el diplomado, me propuse cambiar eso. No solo revisitaría temas que he estudiado por mi lado antes porque me fascinan, sino que conocería a personas que llevo años admirando y no quería nada más que darles una buena impresión. Tenía que hablar.
La primera semana no fue precisamente la más exitosa en este sentido, pero a partir de la segunda hice el esfuerzo consciente de participar, de decir las cosas que quería decir si eran pertinentes o provechosas dentro del contexto de la clase, y funcionó. Luego, un día, mientras presentaba un proyecto, vi a un par de compañeros “tapándose” —las comillas son clave— las caras para disimular la risa que les daba escucharme hablar. Más tarde, me enteré de que siempre se habían burlado de mí, yo solo no me había dado cuenta. Y meses después, con mi curso de cine y moda, supe que les decían a otras personas que no se inscribieran en él.
II. Trabajo
Aunque llevaba al menos un año sintiéndome insatisfecha, lo que me hizo renunciar a mi trabajo finalmente fueron los comentarios que hizo uno de mis jefes sobre mí y los tratos que terminé recibiendo. Usando una encuesta laboral como excusa, esta persona aprovechó de reprocharme el ser “muy segura de mí misma” porque eso “caía mal” y el tener “una personalidad muy marcada” porque aparentemente eso hacía que defendiera las cosas en las que creo con mucha convicción y, “aunque tuviera razón y lo hiciera con argumentos válidos y respetuosos”, esto, al igual que lo otro, caía mal. También me dio un consejo que nunca pedí: que tuviera “cuidado con el ego”, porque se notaba que “me ponía a mí misma primero” y eso era un error porque “a él no lo criaron así”. Pero ¡hey!, al menos me hizo un cumplido: me dijo que era talentosa y la persona con más potencial en el equipo, aunque lo terminó con un “pero igual eres una carajita”. Ah, y también señaló como algo negativo el hecho de que yo tuviera mis “propias aspiraciones”, ya que así *mi* sueño nunca iba a ser *su* compañía. Para rematar, me habló de sus próximos planes: no volver a contratar a una persona así. ¡Espero que ya haya encontrado a todo un equipo que no tenga ambiciones personales y se sienta a gusto siendo subpagado! También espero que se entere de que sé que, incluso conociendo mi situación personal, dijo que me “faltaba humildad” por haber cobrado —muy por debajo de lo justo— un trabajo externo.
III. Conclusiones
Hay puro loco suelto.
De verdad hay gente que va a odiar ver que tienes conocimientos sobre algo o eres feliz o te pones a ti mismo primero o no te disculpas por quien eres.
Es muy poco probable que un jefe tenga un problema contigo por ser “muy seguro de ti mismo” si eres hombre.
En realidad no me importa quemar puentes si la persona que está del otro lado tuvo un trato sumamente desagradable conmigo.
Un día descubres que no eres inútil, sino más fuerte de lo que crees
Uno de mis grandes complejos es el de creer que soy inútil. Quizá sea porque soy la hermana chiquita, la que nació después de 13 años y la que ha sido perseguida por el discurso de “¡debes ser la consentida!” desde la infancia. Esto se ha traducido, para mí, en esta abrumadora idea de que seguramente todos a mi alrededor “resuelven” mientras que mi rol parece ser el de no aportar nada. Sin mucho orgullo, llevo esta narrativa tatuada en el cerebro y mi autopercepción se ha visto seriamente afectada por ella.
Cuando supe que operarían a mi mamá, parte del miedo que sentía estaba relacionado con lo incapaz que me creía para asumir los posibles retos que implicaría la situación. ¿Qué podría hacer yo si me quedaba sola en la habitación de la clínica con ella y de pronto comenzaba a convulsionar, por ejemplo? ¿Acaso podría llamar a las enfermeras como una persona normal o sería crónicamente inútil para eso también?
Como es sabido ya, nada de lo que anticipé que sucedería con la salud de mi mamá me preparó para lo que terminó pasando. Este año me lanzó unos curveballs que solamente le había visto antes a Alice Cullen (no veo deportes), pero puedo escribir esto porque, contra todo pronóstico, sobreviví. Soporté vientos despiadados, infernales desiertos, y escalé hasta el último maldito cuarto de la maldita torre más alta, y ¿qué encontré? Que soy mucho más fuerte y capaz de lo que pensé. “Una mujer que resuelve”, si se me permite usar tan extraordinaria expresión.
La vida eventualmente te hace aprender a llorar en todos lados
Si estás leyendo esto y me conoces en la vida real, seguramente me viste llorando este año. Incluso puede que seas la mesonera que me atendió en un restaurante al que fui a almorzar mientras mi mamá estaba en la clínica… ¿Te acuerdas de mí? Soy la persona que se puso a llorar cuando viniste directo de la cocina a decirle, POR SEGUNDA VEZ, que el plato que pidió no estaba disponible, luego de haber hecho exactamente lo mismo cinco minutos antes con el que pidió primero porque al parecer tenían medio ingrediente en el restaurante esa vez. ¿No te suena? Quizá si te recuerdo que mientras lloraba decía “Es que nada está saliendo bien” puedas ubicarme. ¡Hola!
Este año lloré en todas partes. Hubo un (01) día en el que incluso lloré en cinco (05) lugares diferentes. Y aunque no me sentí precisamente genial en esos momentos, ahora considero que desbloqueé un superpoder. En mi artículo de fin de año del 2022, comentaba que me costaba mucho permitirme llorar y ponía mil excusas para no hacerlo, pero el universo tiene sus maneras misteriosas de obrar y a veces te manda una serie de eventos desafortunados para liberarte de la dictadura de la represión.
Llorar en público antes venía con una fuerte sensación de vergüenza, con la idea de que la vulnerabilidad era igual a debilidad. Pero ¿cómo puede ser debilidad? Si lo que encontré cada vez que se me hizo imposible controlar el llanto fue el apoyo de las personas que me quieren y estaban ahí conmigo. Si acaso, soy más fuerte por eso y por regalarle a mi cuerpo la oportunidad de expresar mis sentimientos cuando los siento y como los siento.
Está bien querer hacerlo todo
Una de mis palabras del 2023 es la misma que le encanta usar a cualquiera que pertenezca a mi generación y tenga gustos ligeramente alternativos: multidisciplinareidad. Piénsenlo: ¿cuántas personas que están entre mediados de sus veinte y principios de sus treinta, y usan beanies o han tenido un corte bob por la quijada o son representantes de la comunidad de la pollina o son dueñas de una patineta, han fundado un “estudio creativo multidisciplinario”? Exacto. Existimos y estamos aquí.
Lo cierto es que nunca me ha gustado tomar pastillas y una de las píldoras más difíciles de tragar para mí siempre ha sido la de la incertidumbre. ¿Qué se supone que haga con lo que no entiendo o con aquello sobre lo cual no tengo control? ¿Aceptarlo? ¿Acaso también esperan que sea noble y paciente conmigo misma por no saber qué quiero hacer con mi vida?
Un difícil descubrimiento que hice en mis primeros años de adultez fue el del hecho de que realmente no creo que yo haya nacido para hacer una sola cosa. Entre mi infancia y mi adolescencia quise ser diseñadora gráfica, de modas y de interiores, profesora, artista, directora de cine, fotógrafa, editora en jefe de una revista y quién sabe qué más. A mis 26 años, sigo queriendo ser todas esas cosas. Mi variado rango de aspiraciones nunca fue un síntoma de inmadurez, sino una representación muy genuina de mis gustos a temprana edad.
Quiero hacerlo todo. No tengo que escoger una sola cosa y no estoy perdida en la incertidumbre por no poder casarme con una sola versión de mí misma, como me hice creer por algunos años. Quiero hacerlo todo y puedo hacerlo todo. Y si algo me enseñó el 2023, es que lo haré.
Puede extrañarse todo al mismo tiempo
A ver, nunca fui alguien que sintiera que extrañaba, realmente extrañaba, las cosas o a las personas. “Extrañar” era solo una palabra más; “te extraño”, una expresión común, un sentimiento que se supone que debía sentir. Sí enunciaba frases similares, claro, pero cuando lo hacía tenía la impresión de que estaba simplemente practicando lo aprendido. Podía querer estar con personas en determinadas ocasiones y supongo que en esos casos las extrañaba, aunque fuese momentáneamente, pero no experimentaba esta necesidad perenne y perturbadora de estar con quien estaba lejos.
Mi psicoanalista tomó esto como una de las varias pruebas de que “no conecto con la falta”, a.k.a. trato de poner algo mío —mis narrativas, mis acciones, mi compañía, mi culpa, etcétera— donde falta algo para no ver ni lidiar con el hueco. Profundo, ya sé, y ciertamente un dato curioso sobre mí que está en constante diálogo con mi rechazo a la incertidumbre.
Siempre he querido todas las piezas del rompecabezas, pero el 2023 me quitó algunas y cambió la forma de otras. Fue así como más pronto que tarde me di cuenta de que extraño, todos los días, de forma perenne y perturbadora, a mi mejor amigo que ahora vive en otro continente, a la persona que era mi mamá antes de la operación, al papá al que podía percibir desde ojos más ignorantes, a la versión de mí misma que no era responsable del cuidado diario de uno de sus padres. El rompecabezas no está completo y nunca lo estuvo, pero ahora al menos puedo verlo así sin que eso me cueste algo más que la nostalgia a mí. Me gusta pensar que es este el camino correcto.
El universo realmente te escucha
La cosa más mística que me sucedió este año fue pasar la noche llorando —si están leyendo con atención, en este momento estarán haciéndose una pregunta similar a “¿Cómo esta mujer llora tanto?”, a lo que les respondo “Different things can be sad. It’s not all war!”— por no sentirme en suficiente contacto con mi creatividad y las actividades que disfruto, solo para recibir, a las 9 AM de la mañana siguiente, un mensaje con una invitación para trabajar en un proyecto de Vogue Italia como asistente de estilismo.
Lo más lógico sería decir que esa fue la única cosa de ese tipo que me pasó este año; sin embargo, la verdad es otra. Mi 2023 estuvo lleno de momentos así. Nada más hace unas semanas llegué a un centro comercial y de forma automática me vino a la mente la cara de alguien que ni siquiera es un personaje recurrente en mi entorno, pero que terminé encontrándome en ese lugar apenas media hora después y, como si hubiese sido una cosa del destino, me dio un mensaje que necesitaba escuchar.
Dentro de mí hay dos lobos: uno es la persona más hater y de a momentos cínica que vas a conocer, y el otro es Christopher Nolan cuando propuso que el amor es lo único que trasciende las dimensiones del tiempo y el espacio, y todo esto que me ha pasado —sumado, obviamente, a lo vivido con mi mamá— ha alimentado la confianza del segundo mucho más de lo que el primero quisiera admitir. Nunca me he sentido más vista y escuchada por el universo que en esta etapa de mi existencia, y es bonito, no miento. A esto se refería mi amiga íntima Fiona Apple cuando dijo “I move with the trees in the breeze / I know that time is elastic / And I know when I go / All my particles disband and disperse / And I'll be back in the pulse / And I know none of this will matter in the long run / But I know a sound is still a sound around no one”.
Envejecer puede ser emocionante
Ojo pelado: no estoy hablando de ser tercera edad, eso ya será para la edición #30 del artículo de fin de año de The Vortex, porque nadie de 26 quiere tener +60. En este momento, me refiero específicamente a la década de los treinta, ahora que tengo un pie montado en los “late twenties”. No sé muy bien cómo explicarlo, pero me emociona pensar en esa Mariella, una gran parte de mí cree que nos llevaríamos extremadamente bien y se conmueve mucho —un eufemismo para “podría llorar”, duh— cuando piensa en ella.
En algún punto de mis veinte perdí la confianza que tenía en que en el futuro iba a ser alguien, en que iba a hacer algo. Llegué a estar tan convencida, sentía que me esperaba una vida extraordinaria, y un día que ni siquiera puedo señalar con exactitud, eso cambió. Comencé a sentirme tan fracasada como todas las personas que han tenido una etapa de identificación con un personaje de Girls y mis sueños empezaron a sentirse muy grandes y fantasiosos.
Afortunadamente, un conjunto de lecciones aprendidas este año me permitió volver a conectar con esa versión mía. Soy talentosa, tengo habilidades multidisciplinarias, “resuelvo”, me aproximo a las cosas que me apasionan con el mismo amor que guardo para mis seres queridos y el universo me cuida. Eso, para mis estándares, me asegura el futuro maravilloso que desde muy temprano soñé para mí. Y si en este momento me siento tan segura de estar dando los pasos que me llevarán allí, solo puedo emocionarme al imaginar lo que estaré haciendo en diez años, cuando siga riendo, llorando, creando, extrañando, y amando incondicionalmente.
¡Gracias por estar aquí otra vez!
Este año no nos vimos mucho, pero espero que este correo te encuentre sintiéndote incluso más auténticamente tú que el último que envié en mayo, antes de desaparecer de la faz de Substack.
Han pasado muchas cosas desde entonces y puede que el año que tuviste hoy te haga sentir feliz, triste, molesto, confundido o aterrado por el futuro. Cualquiera que sea tu caso, me alegra haber regresado para acompañarte aunque sea en el último día del 2023.
Si con una sola idea puedo despedirme hoy, que esta sea “no feeling is final”.
¡Feliz año! Y de nuevo: gracias.
Profundamente increíble, me sentí reflejada e identificada. Sigue escribiendo <3
Fascinante: every.single.word. No pares nunca de escribir! cuantas cosas me llegan al corazón! Sí, tears of pure joy and love and proud while reading...gracias al universo por tu arte!