‘The Substance’ y el precio de hacer de tripas corazón en nombre de la belleza
Una reseña de la película por la cual la gente abandona las salas de cine
“Welcome to Hollywood! What's your dream? Everybody comes here; this is Hollywood, land of dreams. Some dreams come true, some don't; but keep on dreamin' — this is Hollywood. Always time to dream, so keep on dreamin'.”
— Happy Man, Pretty Woman (1990, dir. Garry Marshall)
“Sí, ya entendimos”, puede ser el pensamiento en la cabeza de los espectadores de The Substance en más de una ocasión. Esta es una película excesiva y totalmente irreverente sobre sus excesos. “¿No te gusta? No sigas viendo entonces”, es como si dijera su directora Coralie Fargeat en un tono burlón y con el desquicio francés que también exhibió la ceremonia de cierre de los Juegos Olímpicos hace unos meses. Quienes conocen sus límites seguirán instrucciones: abandonarán la sala de cine de a grupos, sea por asco, por disgusto ante la sexualización de los personajes o por intolerancia a lo absurda que puede llegar a ser la película. Pero no por aburrimiento.
Elisabeth Sparkle (Demi Moore), alguna vez una actriz ganadora del Óscar, ahora no es más que una personalidad de televisión con un programa de aerobics visto únicamente por señoras, un demográfico que no justifica que Sparkle Your Life siga al aire ante los ojos de Harvey (Dennis Quaid), productor del show que toma la decisión de despedirla el día de su cumpleaños 50 porque ¿quién querría ver a una vieja en un leotardo de todos modos? Horas después, Elisabeth se topa con “la sustancia”, una especie de experimento clínico que permite a quienes se inyecten un líquido verde fosforescente conocer “una mejor versión” de sí mismos, “más joven, más hermosa, más perfecta”.
En medio de la desesperación y en un escenario en el que parece que a Elisabeth no le queda nada que perder —no tiene familia, amigos, pareja, prestigio ni trabajo—, la protagonista sucumbe a la promesa de la sustancia, sin dejar que la clandestinidad del procedimiento la intimide. El resultado es Sue (Margaret Qualley), quien sale de la espalda de Elisabeth desnuda, empegostada como si estuviera envuelta en líquido amniótico y completamente formada como una atractiva mujer en sus veinte. Al cine, sobre todo al género de terror, nunca le han faltado escenas de partos violentas, pero sin duda The Substance plantea un nuevo estándar para la categoría.
El kit de la sustancia viene con instrucciones claras: Elisabeth y Sue son, ante todo, la misma persona; el procedimiento puede activarse una sola vez; es necesario que se intercambien cada siete días, sin excepción alguna; y Sue debe “estabilizarse” a diario con un líquido que sale del cuerpo de Elisabeth para poder mantenerse con vida durante su semana de turno. La teoría es sencilla; la práctica, no tanto, y es cuando no se respeta el balance que comienzan a manifestarse los efectos secundarios de los cuales nadie hizo ninguna advertencia. Olviden la imagen de una espalda abriéndose y dejando la columna vertebral al aire. Un cuerpo saliendo de otro cuerpo es, conceptualmente, una idea cotidiana y natural. El verdadero body horror empieza a partir de este momento.
La película es repetitiva en sus formas, de ahí que resulte de a ratos exasperante volver a los mismos símbolos, motivos y diálogos una y otra vez con ella. Ya entendimos, sí. El cuerpo de Sue es una fantasía hecha carne. Elisabeth se detesta — ella misma así lo expresa en el que quizá sea uno de los puntos más débiles del guion. Hay obviedades, como el recuerdo del éxito de Elisabeth marcado por un vestido similar a la estatuilla dorada que alguna vez recibió, un souvenir de su propia golden age, literalmente congelada en el tiempo dentro de una bola de cristal. También están los flashbacks, innecesarios y un tanto condescendientes con el espectador y su capacidad de recordar cosas que pasaron cuarenta minutos antes. Todo es explícito y cuesta creer que esta sea una película que deje espacio para la imaginación. La sorpresa está en el hecho de que, aun en medio de la saturación —quizá intencional—, deja un hilo que halar para encontrar información que se esconde a plena vista.
Nuestra introducción al personaje principal ocurre por medio de un time-lapse de su estrella en el paseo de la fama de Hollywood: construida, admirada, pasada por alto, agrietada y descuidada. Si los picos y valles del éxito en la industria del entretenimiento se dividieran, al igual que el duelo, en cinco fases, estos probablemente serían sus nombres. La secuencia es uno de esos recursos que se sienten directos, con verla entiendes qué rumbo tomó la carrera de Elisabeth Sparkle y en cuál estereotipo de Hollywood se convirtió, sin necesidad de un subtexto mayor. Y aun así.
Nace una estrella. Tres hombres fijan sus herramientas en el piso, ubican un molde y se aseguran de que cada cosa esté en su lugar. Pasan los años y pasa la gente sobre la estrella. Se mueve todo, pero no se mueve ella. Y se escuchan ruidos a su alrededor, ruidos de construcción. Estamos en Los Ángeles. Siempre hay algo nuevo, más interesante y lleno de vida — incluso Sue, en un punto de la película, se dedica a remodelar el apartamento de Elisabeth. Este es el lugar en el que se inauguran tiendas, bares, caras, cuerpos y estrellas. Mejores, más jóvenes, más hermosas, más perfectas. El paraíso de la renovación.
Y es desde este punto que la película integra la fantasía a su discurso, con un plano de la estrella de Elisabeth en Hollywood —donde la temperatura rara vez baja de los 10 °C en invierno— cubierta de nieve, una imagen que se siente especialmente correspondida por otra que viene unos minutos después, cuando la sustancia se activa en el cuerpo de la protagonista y lo siguiente en pantalla es una serie de efectos visuales que recuerda a 2001: A Space Odyssey (1968, dir. Stanley Kubrick) —no la única referencia al director— y culmina con el símbolo de un corazón prendido en llamas. Aunque cursi, alusivo y novelesco, exactamente así funciona.
Sería un error aproximarse a The Substance esperando un retrato fidedigno o justo. Discursos recientes han acortado los grados de separación entre una directora o productora de cine y una activista de los derechos de la mujer. Se critica que Barbie (2023, dir. Greta Gerwig) no haya profundizado más en su feminismo. En Cannes se le pregunta a Emma Stone —colaboradora frecuente de Yorgos Lanthimos y productora de su película Poor Things (2023)— cómo convive su trabajo con un supuesto rol de activista feminista que parece habérsele conferido de forma tácita por… ser una mujer que trabaja e interpreta a mujeres en el cine. Coralie Fargeat, afortunadamente, toma circunstancias reales —la discriminación por edad a la que son sujetas las mujeres, la sexualización del cuerpo femenino, la violencia autoinfligida de la mujer en busca de la perfección— y las aborda desde una fantasía absurda que casi las desnuda de su relatability. Nada de lo que vas a ver en The Substance le pasó a tu vecina, esta no es la lucha de tu hermana, no podrías haber sido tú. El ejercicio aquí no es el de la representación. Es el de hacer una película. Absurda, entretenida, exagerada y real en sus propios términos. La identificación, de existir, es solo un efecto secundario y parcial.
El centro de la fantasía de The Substance es una historia similar a El retrato de Dorian Gray. Sue vive a costa de Elisabeth, corrompe su alma y explota su cuerpo, apuñalando —de manera literal— la espalda de la cual salió. Al subvertir este clásico de Oscar Wilde, Fargeat plantea una metáfora sobre los extremos del autodesprecio femenino —no casualmente contextualizándolos en un baño y muchas veces usando la comida como arma— y se atreve a dar un paso más, fusionándolo con códigos y símbolos de los más conocidos cuentos de hadas —en sus últimas apariciones, Sue y Elisabeth parecen Cenicienta y la madrastra de Blancanieves en su forma de bruja, respectivamente— para crear su propio Frankenstein de referencias, un monstruo que anhela ser amado.
Hasta cierto punto, la situación en la que se ve envuelta Elisabeth se siente como una gran conspiración. Cada decisión que toma y cada cosa que le ocurre la llevan al que termina siendo su destino. La despiden de su trabajo, ese mismo día tiene un accidente automovilístico por distraerse observando cómo arrancan su imagen de una valla, termina en la clínica y allí la declaran una candidata ideal para la sustancia. Elisabeth no es nunca el target de un complot, aunque estos acontecimientos casuales así lo hagan parecer, pero sí es una víctima más en un sistema social que confabula en contra de la mujer. Si de a momentos todo se siente demasiado fortuito y malicioso para ser verdad, es solo porque ser una mujer permanentemente expuesta a mensajes —a veces, subliminales; otras veces, más que directos— que nos hacen cuestionar nuestro valor y nos incitan a percibirnos a nosotras mismas desde una mirada sesgada de odio es parte de una conspiración de la vida real tan antigua como la humanidad que a Fargeat le sirve para crear la más loca de las ficciones.
Demi Moore como Elisabeth Sparkle, a falta de una expresión menos cliché que capture mejor el sentimiento, es el comeback que no sabíamos que necesitábamos. No es tanto que el rol le permita dar la mejor actuación de su carrera, sino que produce genuina alegría verla de nuevo en una película que despierta conversación y requiere vulnerabilidad y riesgos de su parte. Es una apuesta mutua: la película confía en una actriz estancada y Moore se entrega a una visión caótica y capaz de establecer o derrumbar una reputación. Un ejemplo moderno de una hazaña similar sería el de John Travolta en Pulp Fiction (1994, dir. Quentin Tarantino), pero resulta mucho más conveniente temáticamente traer a colación el caso de Gloria Swanson en Sunset Boulevard (1950, dir. Billy Wilder). Son palabras grandes, pero así de significativo se siente este momento para Demi Moore.
Por su parte, Margaret Qualley, con menos trayectoria pero con fortalezas identificables, es el tipo de actriz que debe interpretar un personaje como Sue. Si algo demostró más recientemente su trabajo en Sanctuary (2022, dir. Zachary Wigon) es que su presencia en escena evoca el tipo de sexualidad que invita y asusta al mismo tiempo. De hecho, cada vez cobra más sentido que haya sido ella la encargada de persuadir a Brad Pitt de ir al rancho de la Familia Manson en Once Upon a Time… in Hollywood (2019). Aunque Sue seduce, no solo por la manera en que la captura la cámara de Fargeat —haciendo énfasis constante en su cuerpo o en la forma que toman sus labios cuando pronuncia su nombre—, también da la impresión de tener algo siniestro creciendo dentro de ella hasta el punto de alcanzar una desconexión total con la realidad. Ese balance entre belleza y locura es algo que Qualley registra sumamente bien y The Substance es la última prueba de ello.
Harvey, el productor del show de Elisabeth y, después, del de Sue cuando esta consigue reemplazar a su alter ego con un programa de televisión propio, es un personaje grotesco y de enorme presencia que, irónicamente, se queda corto. La película hace un esfuerzo importante por caracterizarlo —con sus trajes de comiquita, el sonido de sus zapatos de tacón y una escena en la que se come una torre de camarones con el modus operandi que también aplica en lo laboral: desnudándolos de la cáscara que desecha salvajemente después de consumir su cuerpo— y es una pena que la historia acabe diluyéndolo y dándole el mismo desarrollo que pudo haberle dado a cualquier otro personaje genérico.
Dennis Quaid, sin embargo, hace todo y más —lo que en esta película equivale a justo lo suficiente— con el personaje, apoyándose en la naturaleza caricaturesca de Harvey para dar una actuación nada parecida a cualquier otra cosa que haya hecho antes y lo suficientemente buena para ocupar los zapatos del gran Ray Liotta, a quien perteneció el rol antes de su muerte dos años atrás.
The Substance admite comparaciones con el cine de David Cronenberg gracias al body horror e incluso con la filmografía de Stanley Kubrick por el uso de ciertos sets y un needle drop icónico, pero no debería pasarse por alto el hilo que la ata al estilo de Brian De Palma. No es solo que tenga una escena en la que se dispare sangre como si saliera de un rociador de incendios en un auditorio y esto plantee una conexión inmediata con Carrie (1976), es que son los baños y la ducha, es esta visión irreverentemente sensual del cuerpo femenino, es Los Ángeles desde un ventanal como en Body Double (1984), es la idea de que dos personalidades compartan un cuerpo como en Sisters (1972), pero sobre todo: es el juego constante con el mal gusto, con lo que en teoría no debería funcionar, con sensibilidades excesivas, torpes y de a ratos cursis —si existe el personaje de una estrella en declive de apellido Sparkle, es solo porque De Palma creó primero a una actriz porno llamada Holly Body— en contextos violentos y psicológicamente peligrosos. Es, también, la voz de alguien que ama y conoce el cine, pero encuentra un lenguaje propio dentro de él.
Estas son las películas que la mayoría del tiempo resulta difícil recomendar, pero se siente obligatorio discutir. Con fallas pero con una visión estrictamente suya, The Substance, ante todas las cosas, transmite sinceridad, sin importar cuántos adornos u homenajes ponga en escena. El mayor logro aquí es el de recordarnos que lo mejor que puede ser el cine no es “bueno”, sino interesante.
En Pretty Woman (1990, dir. Garry Marshall), otra gran película sobre Los Ángeles, las prostitutas pelean por cuál estrella en el paseo de la fama les pertenece, los nombres de las celebridades funcionando como los límites del territorio de trabajo de cada una. “¡Bienvenido a Hollywood! ¿Cuál es tu sueño?”, va diciendo por las calles un personaje listado en los créditos como Happy Man en la escena final. Si algo ha tenido claro alguna vez Elisabeth Sparkle, eso es su sueño — tanto es así que, incluso transformada en su mejor versión, este sigue siendo el mismo, y cuando Sue explica cómo es que siempre quiso tener un programa de televisión, sus palabras se interpretan como prestadas. Si algo tienen claro los espectadores —los que aman la película, pero sobre todo, los que no la soportan— es que Elisabeth no va a descansar hasta hacerlo realidad, cuantas veces sea necesario. A su manera, esta también es una historia de amor, de mujeres bonitas, de vidas ocultas, una en la que Elisabeth Sparkle vende su cuerpo para reclamar su territorio y recuperar su estrella. Bienvenidos a Hollywood.