Disclaimer: odio la palabra “cinéfilo” porque decirla me hace sentir como si estoy hablando del Adam Driver de este meme:
Pero me veo obligada a usarla para darme a entender mejor, así que si a alguno de ustedes también le da un escalofrío en la nuca cuando escuchan o leen esta palabra gracias a las burlas que ha recibido la comunidad —aquí voy— cinéfila en internet, lo siento mucho. Si ayuda en algo, creo que tal vez haya que cuestionarnos por qué no estaríamos hablando más de cosas que nos recuerdan a Adam Driver. Quizá el mundo sería un mejor lugar y la humanidad conocería la paz si Adam Driver apareciera en nuestras mentes con más frecuencia — aunque sería preferible que apareciera la versión centauro de Burberry, pero en esta casa no excluimos Adam Drivers.
Hola.
Soy yo otra vez.
He regresado de entre l̶o̶s̶ ̶m̶u̶e̶r̶t̶o̶s̶ la gente que desaparece de las redes sociales por un tiempo y vuelve con un extenso post sobre las maravillas de “tomarse un break” y la importancia de escuchar al cuerpo cuando este pide un descanso.
La verdad es que no quiero hablarles sobre lo magnífico que fue desaparecer por un mes, principalmente porque no lo fue. Que haya sido necesario, gracias a unas semanas algo caóticas —pero satisfactorias— de trabajo y el cansancio que pocas ganas me dejó de llegar a mi casa directamente a escribir, no significa que haya sido una experiencia mágica de reconexión espiritual. Si hay algo que puedo asegurar es que extrañé The Vortex cada uno de esos días.
Trato de no sentirme mal y asimilar que los picos de productividad son gajes del oficio y que, además, haber estado ocupada haciendo cosas que genuinamente disfruto es algo positivo, algo que hace un año, estando en un trabajo que odiaba, me parecía una fantasía imposible de llevar a la realidad. Usualmente funciona, me empodero y digo “me lo merezco”, pero luego recuerdo que Kanye West vivió una relación entera desde la última vez que publiqué un artículo y me siento peor… hasta que pienso en el nivel de breakdown público que tuvo y en cómo su relación con Julia Fox fue el comienzo del final. Es mejor estar inactiva que humillar a mi exesposa en redes sociales, hacer amenazas violentas en contra de su nueva pareja y sacar un disco en el que hablo sobre cómo escucho la voz de Morgan Freeman cuando acabo, ¿no?
El último mes, aunque ajetreado, ha sido gratificante y divertido porque he hecho cosas que siempre quise: generar contenido sobre mis intereses para las cuentas que llevo en el trabajo, comenzar mi era TikToker, cortarme la pollina y hacerme nuevas perforaciones en las orejas. Y sí, ahora baso mi personalidad en las dos últimas. Sin embargo, volver a encontrar el tiempo para este proyecto que me hace tanta ilusión —todo esto está sonando demasiado dramático y en realidad solo dejé de publicar por un (01) mes, gimme a break— es, sin duda, la mejor parte. Así que sin nada más que agregar, como Julia Fox cuando inició una profunda conversación sobre ser la musa de Josh Safdie para Uncuh Jahmz, vengo a hablar de cine.
El momento en que me enamoré de este medio es algo en lo que pienso mucho. La mayoría de la gente habla del instante en que comenzaron sus aficiones como un punto de no retorno, señalando el cómo, el cuándo, el dónde y particularmente el qué despertó esa pasión sin ninguna duda. Aunque con muchas de las cosas que me gustan puedo hacer lo mismo, con frecuencia me encuentro deseando ser una de esas personas capaces de poder hacerlo con el cine.
No es inusual para una persona cinéfila tener una anécdota sobre la primera película que le cambió la vida, esa que la motivó a aprender más sobre cine, investigar sobre su historia y seguir viendo y viendo y viendo películas. Como alguien que se considera cinéfila —no a lo Adam Driver con lentes y peinado de pervertido, sino más como un Adam Driver en blanco y negro que homenajea la Nueva Ola Francesa en Frances Ha, es decir, un Adam Driver igualmente insoportable, pero mucho más (ahoy!) sexy—, me encantaría poder señalar de una forma tan definitiva el punto de partida de una de las cosas que más me apasionan en el mundo. Lamentablemente —o no, realmente—, todo se dio de una forma mucho más borrosa para mí.
Creo que mi gusto por el cine empezó con mi gusto por otra cosa cuyo nombre también me produce escalofríos en la nuca: la farándula. Sé que suena como una exageración, pero honestamente me he interesado por todo lo referente a celebridades, especialmente actores, desde que tengo uso de razón. En consecuencia, Giuliana Rancic y Ryan Seacrest se encargaron de parte de mi crianza con la ayuda de mi abuela, Joan Rivers. Si existe la generación MTV, me gustaría postularme como la líder de la generación E! Entertainment Television.
“¿Qué hacía la líder de la generación E! Entertainment Television a los 9 años?”, se preguntarán. La respuesta: además de ver E! News religiosamente, cumplía con la responsabilidad de sintonizar todas las alfombras rojas, incluyendo el countdown previo de cada una. Luego, cambiaba el canal y veía las ceremonias, lo que me permitió estar al tanto de las películas nominadas a este tipo de eventos y posteriormente se tradujo en la necesidad de verlas para analizar los premios con un mayor criterio.
Rápidamente me di cuenta de que más allá de la farándula, veía estas películas porque sentía una apreciación genuina por el medio. Sin embargo, creo que mi afición empezó cuando, a los 17, comencé a llevar en las notas de mi celular una lista de todas las películas que veía por primera vez en el año. En aquel momento, empecé por esas de las que hablaban en las páginas de cinéfilos de Facebook —esto sí está giving Adam Driver con lentes y peinado de pervertido— y eso me sirvió para crear una base de datos de directores y actores que luego me permitió migrar a otro tipo de películas.
No tuve el clásico antes y después de una película, ese que Sasha Stone ilustra perfectamente al hablar de su experiencia con Jaws en el primer episodio de Voir, la serie de videoensayos sobre cine producida por David Fincher. En mi caso, creo que la suerte no tuvo nada que ver. El cine no me encontró por sorpresa, pero yo sí lo encontré a él cuando me propuse ver cuantas películas pudiera en 12 meses y dejar un registro de ello. No fue un hobby que románticamente me escogió a mí, pero sí uno que sigo escogiendo yo todos los días porque casi 7 años después, llevo esa misma lista con la que empezó todo.
Y eso nos trae, finalmente, al tema de este artículo. Si The Vortex existe, en parte, para hablar de las cosas que amo y amo el cine, ¿por qué no compartir lo que veo este año por aquí? Así que, con ustedes: la lista de mis películas favoritas vistas en enero, un mes después.
Disclaimer #2: como alguien que la mayoría del tiempo ve películas sin saber de qué se tratan siquiera, no esperen ninguna sinopsis en esta lista. Solo estoy comentando, viviendo, sintiendo, vibrando alto, etc.
The Last Duel (2021, dir. Ridley Scott)
En 2021, se estrenaron dos películas de Ridley Scott: The Last Duel y House of Gucci, y después de haber visto la primera en enero, debo decir que realmente es una pena que la segunda haya acaparado toda la atención.
Escrita por Nicole Holofcener y el par de besties más famoso de Massachusetts, Matt Damon y Ben Affleck, la película está contada desde tres perspectivas, a lo Rashomon (1950), y realmente sabe qué mostrarte de cada una para evitar la redundancia que podrían implicar los diferentes retellings de un mismo evento y hacerte ver no solo las distintas facetas de los tres personajes principales, sino la disonancia entre quiénes son y quiénes creen ellos mismos que son.
Es un crimen que la actuación de Jodie Comer haya pasado por debajo de la mesa en la temporada de premios y un acto abominable que Ben Affleck haya sido nominado a un Razzie por su —perfecta— interpretación de un conde cínico y hedonista. Ridley Scott, quien también dirigió Alien (1979) y Thelma & Louise (1991), continúa siendo un aliado gracias a la narrativa feminista de The Last Duel y, finalmente, debo decir una oración que jamás pensé que diría sobre una película: la escena de la pelea es una obra maestra.
Jane B. by Agnès V. (1988, dir. Agnès Varda)
Si pudiera vivir en una película de Agnès Varda, lo haría, y si esta pudiese ser Jane B. by Agnès V., con homenajes a Magritte, Juana de Arco y Marilyn Monroe, sería absurdamente feliz.
¿Es un documental? ¿Es ficción? ¿Es ambas? Jane B. by Agnès V. es una exploración de lo que significa ser artista y mujer. Más que representar un estudio de Varda sobre el ícono que es Jane Birkin, la película se siente como una colaboración entre ambas y replantea el rol de la musa no como uno pasivo, sino como el de alguien con poder creativo sobre la obra, lo cual me hizo pensar en esta cita de Luca Guadagnino:
“El concepto de musa me es ajeno. Hablar de una musa implica la existencia de una pareja en la que una persona es el elemento pasivo objetivado que está ahí para ayudar a la parte creativa, activa, a menudo masculina, del dúo creativo. Una musa es muy pasiva. ¿Quién quiere una musa? Yo no quiero una musa. ¿Tú quieres una musa? La colaboración trata de comprender al otro, mientras que 'musa' viene con el concepto de negar la existencia del otro”.
Shakespeare in Love (1998, dir. John Madden)
Vivimos en una sociedad…………
Una sociedad que por años me hizo creer que Shakespeare in Love era mala y no merecía haberse ganado el Óscar a mejor película. Tardé tanto en verla porque toda mi vida pensé que era uno de esos casos infames en los que la Academia se vuelve —más— loca y le da el premio a algo objetivamente malo, sin saber que realmente se trataba de LA MEJOR PELÍCULA DEL MUNDO.
Okey, no es LA MEJOR PELÍCULA DEL MUNDO, pero como una simple fanática del cine de época, especialmente de los romances, puedo decir que Shakespeare in Love se convirtió en una de mis representantes favoritas del género. Reí, lloré, me enamoré y vi a Gwyneth Paltrow en drag. ¿De cuántas películas se puede decir eso?
Me parece pertinente también acotar que si alguna vez se preguntan cómo la mujer que hace velas con olor a vagina o se refiere a las rupturas como “conscious uncouplings” —¿desparejamientos conscientes?— fue una de las it girls más famosas de los noventa, deben ver Shakespeare in Love. Hay algo sobre Gwyneth Paltrow en esta película que realmente hace que sea imposible quitarle los ojos de encima y te deja con las ganas de verla por más tiempo. Aunque se sabe que ganó el Óscar a mejor actriz, en parte, gracias al involucramiento de H*rvey Weinst*in, el magnetismo que desprende Paltrow aquí sin duda ayudó.
P.D.: Sandy Powell ganando mejor vestuario por esta película y además compitiendo contra ella misma por su trabajo en Velvet Goldmine (1998) es suficiente razón para que le montemos un altar, pienso yo.
The Worst Person in the World (2021, dir. Joachim Trier)
Un día de enero —Shakira pun not intended— vi esta película y desde entonces no he dejado de hablar de ella. Si me siguen en Twitter o Instagram, o simplemente tienen la dicha de conocerme en la vida real, saben que he estado insoportablemente intensa con el tema.
¿Arrepentimientos? Ninguno, porque The Worst Person in the World es lo mejor que he visto en un buen tiempo. Bueno, quizá uno: haberle spoileado toda la película a mi psicóloga cuando tuve que hablar de ella en terapia porque necesitaba compartir las múltiples maneras en que me destruyó.
Honestamente, desde que la vi no me saco de la cabeza la idea de escribir algo sobre ella, así que no se extrañen si pronto mi intensidad traspasa los límites de las redes sociales y el consultorio de mi psicóloga, y llega directo a su bandeja de entrada. Por ahora, lo que puedo decirles es que The Worst Person in the World es, sin duda, mi película favorita del 2021 gracias a la manera en que logra capturar una etapa de la adultez temprana que se siente tan definitiva como incierta.
Crossing Delancey (1988, Joan Micklin Silver)
Hablar de una “protagonista imperfecta” en una comedia romántica usualmente funciona como un código para referirnos a una mujer ambiciosa y/o terca cuyas prioridades no giran en torno al amor. Nada de esto tiene por qué representar un defecto realmente, pero se nos hace creer que todo lo que pone al romance en un segundo plano debe ser cambiado —corregido— para asegurar un final feliz. En Crossing Delancey, esto no es así.
Las supuestas imperfecciones —las razones que amenazan con evitar la unión de los protagonistas— ni siquiera son enmarcadas como fallas en el carácter del personaje femenino, sino como aspectos típicos y dignos de una mujer joven. Yo tampoco he sabido lo que quiero y también me he autosaboteado y tomado malas decisiones a cambio de gratificación instantánea. Y eso no me ha hecho ni a mí ni a la protagonista de Crossing Delancey menos merecedoras del final feliz.
Esto es, sin duda, lo que más me gustó de la película, que se terminó de asegurar su puesto en esta lista gracias a que además me encariñé casi instantáneamente con Peter Riegert como el interés romántico de la protagonista y genuinamente me reí con los chistes y ocurrencias de los personajes. Decidí ver Crossing Delancey por haber sido una inspiración para Shiva Baby, de Emma Seligman, y lo que encontré fue una nueva comedia romántica favorita.
Ninotchka (1939, dir. Ernst Lubitsch)
Dirigida por Ernst Lubitsch, escrita por Billy Wilder y protagonizada por Greta Garbo, Ninotchka recolecta algunos de los nombres más emblemáticos de una era de Hollywood, lo que hace de su existencia algo realmente intimidante y al mismo tiempo emocionante para alguien con una afición por el cine.
El gancho, para mí, fue Lubitsch, quien se ha vuelto uno de mis directores favoritos desde que vi Trouble in Paradise (1932) y To Be or Not to Be (1942) hace casi dos años. Actualmente, estoy en la misión de ver su filmografía y en enero me tocó descubrir Ninotchka, otra comedia romántica en esta lista porque soy una mujer fiel a sus géneros favoritos.
¿Razones para verla? Pues empecemos por la risa de Greta Garbo, porque no por nada el tagline de Ninotchka fue “Garbo laughs” —una referencia al tagline de su primera película con sonido, el cual era “Garbo talks!”—, o pudiéramos mencionar también el hecho de que se desarrolla en un contexto totalmente político, pero encuentra el romance en diálogos como:
—Let's form our own party.
—Right. Lovers of the world, unite!
—And we won't stretch up our arms?
—No! No-no-no.
—We won't clinch our fist?
—No. No.
—Our salute will be a kiss.
—Yes. A kiss. Salute!
O quizá tendría que hablar de la manera en que alcanza por completo ese objetivo que (casi) todas las comedias románticas persiguen: tener personajes secundarios inolvidables que complementen la trama de la pareja principal y despierten en la audiencia el deseo de tener amigos así. Podría seguir, pero creo que lo único que es realmente necesario decir es: por Dios, Lubitsch, Wilder y Garbo… ¿Por qué no la verían?
Angel (1937, dir. Ernst Lubitsch)
Les dije que estaba en una misión, así que aquí va otra película de Lubitsch.
Miren, tienen que saber algo sobre mí y es que amo, y me refiero a que realmente amo, los triángulos amorosos en los que una mujer debe escoger entre dos hombres. No estoy hablando de cosas como Twilight —AUNQUE TAMBIÉN—, sino más de películas como esta o Jules and Jim (1962) o Design for Living (1933) o Five Day Lover (1961). Me gustan la tragedia, las mujeres solitarias y los votos rotos, ¿qué les puedo decir?
Como esas otras películas que mencioné, Angel se diferencia de lo que usualmente viene a nuestras mentes cuando pensamos en triángulos amorosos —“Team Edward!”, “Team Jacob!”, etc.— porque no se preocupa demasiado en hacernos abogar por un hombre o por el otro, sino que sus prioridades están en la mujer y la complejidad de los sentimientos que la llevaron a debatirse entre dos intereses románticos. No se trata de ellos, se trata de ella.
Y cuando “ella” es Marlene Dietrich, la película simplemente se convierte en un must-see, naturalmente.
P.D.: como hardcore fan de Noah Baumbach, se me hizo inevitable pensar en la influencia que pudo haber tenido en él una escena de Angel en la que Melvyn Douglas describe lo que es el amor para él. Tengo pruebas —si consideran una prueba el hecho de que Baumbach ha expresado su admiración por Lubitsch públicamente— y cero dudas de que la inspiración detrás del famoso monólogo de Frances Ha tiene algo que ver con esto.



Sudden Fear (1952, dir. David Miller)
¿Qué se puede decir sobre una película perfecta? En estos casos, solo me siento como Jane Austen cuando escribió “If I loved you less, I might be able to talk about it more”.
Otra cosa que tienen que saber de mí es que siempre que una película me haga sentir extremadamente tensa, al borde de hacerme nudos en el pelo o arrancarme los pellejitos de los dedos —mi versión de comerme las uñas—, voy a decir que se trata de una obra maestra del séptimo arte. Y genuinamente creo que Sudden Fear lo es, así que pueden imaginarse cómo me hizo sentir, sobre todo en los últimos minutos.
Una de mis cosas favoritas sobre esta película es que su trama sobre planes secretos y dobles intenciones —digamos “¡gracias, film noir!”— les permite a Joan Crawford, Gloria Grahame y Jack Palance interpretar dos papeles al mismo tiempo. Crawford es una víctima, Grahame es inocente y Palance es el hombre perfecto, hasta que no son ninguna de estas cosas.
Asimismo, aprecio las persecuciones por las colinas de San Francisco —What’s Up, Doc? (1972) tiene otra de mis escenas favoritas de este tipo—, las buenas actuaciones, los emotional breakdowns melodramáticos de la señorita Crawford y el clásico uso de un pañuelo blanco para simbolizar inocencia. Por esto y muchas otras cosas que quizá pudiera mencionar si me hubiese gustado un poco menos, Sudden Fear se lleva el último —solo porque este fue el orden en que vi las películas— lugar de esta lista.
Eso es todo por hoy, amigos. Desde el fondo de mi corazón, espero que en algún momento puedan ver alguna(s) de estas películas y la(s) disfruten tanto como yo, y si es así, ¡cuéntenme y háganme muy feliz!
Como siempre, gracias por leerme. No mentía cuando dije que todo este tiempo he estado extrañando mucho The Vortex. Es bueno —en realidad increíble, maravilloso, mágico y trascendental— regresar. Por eso, me siento generosa y les dejo un regalo: