La temporada de premios 2022, ‘Twilight’, ‘The Fame’ y el impacto del 2008
Sobre los fenómenos culturales del 2008 y el componente generacional en la carrera al Óscar a mejor actriz del año que viene
No suelo ser alguien que año tras año suscriba completamente a las predicciones de los Óscar o al hype abismal que se crea en torno a algunas películas y que en la mayoría de los casos solo lleva a la decepción, pero hoy me levanté y decidí acudir a un rincón del Internet para ser la persona que habla sobre la temporada de premios con meses de antelación.
Las nominaciones a estas ceremonias suelen estar “cantadas” muchos meses antes de ser anunciadas. Entre las especulaciones de los medios, las fechas de estreno convenientemente pautadas para el último trimestre del año y las fuertes campañas con las que se promocionan algunas películas, saber qué ver y qué no ver —basándonos en el criterio “si está nominada la veo; si no, no”— es bastante fácil.
Esta es la razón por la que apenas en noviembre de 2021 es casi conocimiento básico que tanto Lady Gaga como Kristen Stewart podrían estar nominadas al Óscar del próximo año por sus interpretaciones en House of Gucci y Spencer, respectivamente. Y yo, como fan de ambas y entusiasta de la cultura pop a raíz de mi crianza por E! Entertainment Television, me veo en la obligación de hablar al respecto.
El año en que cumplí 11 coincidió con dos de los sucesos más significativos de la cultura pop contemporánea. El 2008 vio el surgimiento de Lady Gaga como un referente de extravagancia y autenticidad gracias a su álbum debut, The Fame, y también el comienzo de Twilight, una saga de películas cuyo impacto se extiende más allá de los cinco años que duraron en las carteleras de cine y cuyos actores principales, Kristen Stewart y Robert Pattinson, hoy son dos de los más importantes de su generación.
Que las dos protagonistas de estos eventos figuren en la conversación previa a la temporada de premios es, de alguna manera, un reflejo del impacto del 2008 en la cultura mainstream, de las puertas que abrió para construir el Hollywood que ahora mismo se transporta desde Los Ángeles hasta las plataformas de streaming y nuestros timelines de Twitter.
Supongo que lo mismo puede decirse de casi cualquier año, sobre todo ahora, que el mundo parece moverse más rápido que nunca y cada día hay una nueva película, una nueva serie o un nuevo artista musical. La cultura pop se encuentra en constante evolución y quizá en 13 años a partir de este momento también será tangible el impacto de esa persona a quien este mes coronamos como la estrella del Internet, pero hay algo personal sobre esta suerte de celebración del 2008.
Siempre he considerado que los años de la preadolescencia son especialmente formativos. Para mí, fue una etapa de primeros encuentros con muchos de los referentes que me mueven en la actualidad, un momento en el que empezó un juego de asociaciones sin fin: descubres al amor de tu vida en el cantante de una boyband, lees su libro favorito, ves la adaptación cinematográfica de este, comienzas a seguir la carrera del actor principal, conoces las obras de los distintos directores con los que ha trabajado y, boom, de la boyband —que probablemente ya ni te gusta tanto— pasaste a aprender sobre distintos temas y adquirir nuevos gustos.
Ver a Lady Gaga y Kristen Stewart prácticamente asegurarse desde ya su puesto en el Dolby Theatre el próximo marzo con nominaciones a mejor actriz me hace pensar en mi preadolescencia y en cómo los íconos a los que admiraba entonces y gracias a los cuales descubrí gran parte de mis gustos actuales se han hecho un espacio en círculos respetados a los que pocos pensaban en 2008 que lograrían pertenecer.
La verdad, no recuerdo cómo se dio mi primer encuentro con The Fame. Probablemente se lo deba a MTV y los videos de Poker Face o Just Dance, pero no estoy segura de cómo pasé de escuchar los singles a obsesionarme también con aquellas canciones que recibieron menos atención. Lo cierto es que pasó y que en esa época de mi vida Lady Gaga lo era todo. Los looks, la música, las presentaciones en vivo y su interpretación de esta popstar persona que gritaba “No hay nadie haciéndolo como yo en este momento” me fascinaban.
Mi asombro y admiración se intensificaban con cada nueva entrevista, cada nuevo video musical o cada nueva controversia, y aun así, la percepción general del público sobre ella al principio no fue positiva y muchos encontraron desagradable todo lo que a algunos nos hipnotizaba.
De allí surgió la idea de que la cantante no era nada más que el entretenimiento del momento, un personaje pasajero y de mal gusto, aun cuando escuchar The Fame nos daba a sus fans la sensación de que cumplir la profecía de la que hablaba el título de su álbum solo era cuestión de tiempo para Lady Gaga o de que la teatralidad con la que se mostraba al mundo dejaba claro que debajo de todos los disfraces de alta costura, Stefani Germanotta era una artista.
Un año después, particularmente gracias al EP The Fame Monster, que en 2009 se lanzó como el primo extendido de The Fame, Gaga terminó de transformarse en el zeitgeist del pop y, para la desilusión de algunos y la alegría de otros, podría decirse que había nacido una estrella, una que pasaría a cambiar el panorama de la industria del pop en los primeros años de su carrera y a abrir un nuevo camino de autoexpresión y excentricidad dentro de este género musical.
Como Warhol y aquellos íconos del glam rock —inspirados también en él— a los cuales la cantante evocaba con sus maquillajes en 2008, Lady Gaga alcanzó el estrellato por combinar su talento y visión artística con la creencia ciega de que la fama estaba en su destino — no solo lo decretaba así a través de los títulos de sus discos, sino también en la letra del que en 2011 se volvió el himno definitivo de su carrera, Born This Way: “My mama told me when I was young we are all born superstars”.
A todo esto le siguieron los vestidos de carne, las plataformas Alexander McQueen, la desaprobación de la iglesia católica, las prótesis faciales, los huevos gigantes en los Grammy, los memes del Super Bowl, la etapa de fracasos musicales y el salto a la actuación, primero en la televisión y luego en el cine, cuando Bradley Cooper fue el único en una habitación con 100 personas que creyó en ella y le dio el rol protagónico en A Star Is Born, de 2018.
Tal vez ahora recordemos la versión más reciente del drama musical por dejarnos algunos de los mejores memes de la temporada de premios 2019, así como la famosa presentación de Shallow en los Óscar que nos hizo cuestionar la tranquilidad con la que Irina Shayk dormía por las noches y a admirar el hecho de que Lady Gaga y Bradley Cooper llevaran a una ceremonia de ese nivel la misma tensión sexual con la que las celebridades solían agradecer el MTV Movie Award a mejor beso en la década de los 2000. Pero más allá de todo esto y los chistes sobre el garaje en el que Bradley estacionaba su MINI Cooper —que en su momento me parecieron hilarantes, debo admitir—, A Star Is Born fue importante por las puertas que abrió, especialmente para Lady Gaga.
Si bien la ópera prima de Cooper es una película con la que tengo una serie de problemas, sería tonto de mi parte negar que esta funcionó como el star vehicle perfecto para que la cantante revelara otra faceta de su habilidad artística y pudiera ganarse un respeto del que antes no gozaba en los círculos cercanos a la Academia. Después de todo, A Star Is Born le dio su primera nominación al Óscar a mejor actriz y, en consecuencia, el rol protagónico en la más reciente película de Ridley Scott.
Su interpretación como Patrizia Reggiani en House of Gucci promete ser icónica. Nada más el primer tráiler fue prácticamente diseñado para hacernos hablar de Lady Gaga por semanas. Su acento italiano y transformación física sirvieron como agentes de Oscar buzz, y su campness característico y la manera en que la película parece haberse alimentado de este dan la sensación de que es ella quien está a cargo, de quien no podemos quitar la mirada siempre que esté en pantalla.
Además, el tráiler posee ese carácter referencial que predomina en la cultura pop actualmente, cuando los estilistas visten a las celebridades con piezas de un archivo vintage para recrear momentos del pasado y consumimos contenido con el ojo puesto en posibles Easter eggs. Es por eso que la escena en la que Lady Gaga toma un sorbo de té con la actitud de quien es capaz de matar a su exesposo resultó en múltiples personas señalando los paralelismos entre House of Gucci y el video musical de Paparazzi, canción perteneciente a The Fame.






No estoy diciendo que Ridley Scott sea el Little Monster del año —o tal vez sí—, pero la manera en que House of Gucci, o al menos lo que hemos visto de ella hasta ahora, juega con la extravagancia sobre la cual Lady Gaga ha construido su identidad como artista y hace referencia a sus inicios como estrella sirve para recordarnos el camino que ha transitado desde el 2008 hasta su posible segunda nominación a mejor actriz. Sin The Fame, nada de esto estuviera pasando.
Por supuesto, Lady Gaga no fue el único fenómeno que en 2008 llegó para cambiar la cultura p̶o̶p̶. Casi más importante que la elección de Barack Obama a la presidencia o la crisis financiera de la cual hoy se siguen haciendo películas, fue Twilight, la primera entrega de la saga que iniciaría una era de fandoms de películas y adaptaciones de franquicias young adult.
A diferencia de mi experiencia con The Fame, sí recuerdo perfectamente el momento en que me enteré de la existencia de Twilight.
Ambientación musical para que entremos en calor o, mejor dicho, en el clima frío y lluvioso de Forks:
Quisiera decir que fue un proceso y que mi gusto por una saga de vampiros “vegetarianos” que brillan cuando se exponen al sol se dio de forma gradual, pero honestamente solo hizo falta que mi hermano me enseñara el tráiler porque pensó que me gustaría. A partir de ese momento, me obsesioné con Twilight del mismo modo en que Bella Swan se enamoró de Edward Cullen: incondicional e irrevocablemente.
En los meses previos al estreno, vi el tráiler casi diariamente y mis papás me compraron los libros en los cuales están basadas las películas. En esa época, no había mejor accesorio para mí que aquella portada de las manos pálidas sosteniendo una manzana. ¿Tener 11 años y enseñarle al mundo tu obsesión con la simbología del fruto prohibido? Un concepto, si me preguntan.
Cuando finalmente vi la película, mi familia tuvo que aceptar que Bella’s Lullaby fuese lo único que se escuchara día y noche en casa. Mis amigos de Facebook tuvieron que soportar que actualizara mis estados regularmente con frases del libro o la película, las cuales obviamente incluían aquella sobre el león y la oveja. Y yo tuve que hacer las paces con el hecho de que la vida real no tuviera el filtro azul con el que Catherine Hardwicke escogió que se viera todo en Twilight. Fueron tiempos difíciles para todos los involucrados.
Fue entonces, también, cuando inició mi obsesión con Kristen Stewart y Robert Pattinson. No solo los consideraba, y considero, dos de los seres humanos más bellos que han existido jamás, sino que me propuse saber absolutamente todo sobre ellos —de un modo preadolescente y no realmente peligroso—, lo que me llevó a crear una cuenta de Tumblr en su honor, a ocupar la memoria de todo aparato tecnológico con imágenes de ellos y a ver la mayoría de las películas en las que habían actuado hasta el momento.
La filmografía de Robert Pattinson era bastante limitada para entonces, mientras que Kristen Stewart había actuado desde su infancia, sobre todo en cine independiente, lo cual me dio la oportunidad de alimentar más mi entusiasmo por su carrera.
Vi películas como Speak (2004), The Cake Eaters (2007) y The Yellow Handkerchief (2008), y seguí al tanto de sus otros proyectos a lo largo de los cinco años que pasó interpretando a Bella Swan. Mi fanatismo incluso llegó al territorio de la colección física y tengo los DVDs originales de Into the Wild (2007), Welcome to the Rileys (2009) y The Runaways (2010) para probarlo.
Seguir tan de cerca su filmografía me hizo consciente de que más allá de las películas de Twilight, por las cuales fue fuertemente criticada, Kristen Stewart llevaba años construyendo una gran carrera como actriz, algo que siguió haciendo en paralelo a la saga. Quizá la forma más fácil de ver esto hoy en día sea revisando la parte de su página de Wikipedia que abarca ese período. En resumen, esta se ve algo así: “La actuación de Stewart en Twilight (2008) fue terrible. Roger Ebert dijo de Stewart en Adventureland (2009) que está destinada a hacer grandes cosas y que Twilight está por debajo de su nivel. Stewart recibió críticas negativas por su actuación en New Moon (2009). Stewart es la columna vertebral y el alma de The Runaways (2010)”.
Fueron años de altos y bajos, en los que los primeros sucedían en pequeños festivales de cine, mientras que los últimos se daban frente a todo el mundo gracias a una franquicia millonaria. Si bien había críticos que compartían la opinión de Roger Ebert, en la cultura pop general solo se percibía que Twilight era un insulto para la literatura y el cine, y que Stewart no tenía más que una expresión facial, tanto en la pantalla como en la vida real.
Al principio, el secreto sobre Kristen Stewart siendo una buena actriz con un futuro prometedor se guardó mejor que el de quién es Illuminati en Hollywood. Sin embargo, con el fin de la saga en 2012, Stewart siguió agregando títulos a su filmografía sin los ojos del mundo sobre ella y fue así como poco a poco más personas cuestionaron la imagen que se tenía de la actriz.
Hoy en día, Kristen Stewart es sujeto de opiniones polarizadas. Mientras que antes se sentía como si todo el mundo la odiaba, actualmente la actriz despierta sentimientos encontrados, pues aunque entre entusiastas del cine ahora es mayormente aplaudida, no son pocos quienes se quedaron con la impresión de que la protagonista de Twilight no sabe actuar.
Por esta razón, cuando se anunció que interpretaría a Lady Diana en el biopic Spencer, dirigido por Pablo Larraín, se abrió una conversación sobre cómo esta era una pésima decisión. ¿Cómo iba la actriz de una sola expresión facial a llenar los zapatos del personaje más carismático que ha visto la monarquía inglesa? Muchos predijeron que sería un desastre y aun así, un año después de la noticia, Stewart se perfila como una de las nominadas, y probablemente la ganadora, del Óscar a mejor actriz gracias a su actuación.
Desde su estreno en el Festival de Cine de Venecia, Spencer le ha valido a Kristen Stewart las mejores críticas de su carrera, con su nombre apareciendo en la mayoría de las listas de predicciones para las nominaciones del próximo año. Esto es algo con lo que quienes la conocimos gracias a Twilight comenzamos a soñar en el 2008 y algo que sabíamos que un día llegaría por el modo en que todo aquel con el que ha trabajado habla sobre ella.
En pocas palabras, esa posible nominación, además de ser extremadamente emocionante para mí o uno de los “te lo dije” más satisfactorios que podría pronunciar, también sería una oportunidad para ampliar la conversación que no suficientes personas han escuchado: Kristen Stewart es una de las mejores actrices de su generación.
Y con eso no solo me refiero a lo que vemos de ella en pantalla, sino a la manera en que se ha aproximado a cada rol, la honestidad con la que concibe la actuación. Incluso si muchos de los proyectos en su filmografía me parecen decisiones cuestionables, lo que impera al ver esa lista de más de 40 películas es la sensación de que Kristen Stewart, genuinamente, ha hecho lo que ha querido.
Haberla tenido a ella, al igual que a Lady Gaga, en mi preadolescencia fue una lección de autenticidad. Aunque en formas totalmente distintas, ambas le enseñaron a mi generación que lo más importante es ser y creer en uno mismo: Lady Gaga, cantando sobre el amor propio y usando la moda como vehículo de autoexpresión; Kristen Stewart, negándose a sacrificar sus propios deseos para ser lo que los medios esperaban que fuera y eligiendo papeles que realmente significaran algo para ella.
13 años después, estoy inmensamente agradecida de haberlas tenido como ídolos. Ninguna de las dos fue para mí ese cantante de una boyband que fácilmente pudo haber pasado al olvido luego de un tiempo; al contrario, Lady Gaga y Kristen Stewart siguen siendo dos mujeres a las cuales admiro y cuyas carreras me siguen fascinando tanto como las personalidades magnéticas que considero que las definen — los apologistas de la astrología dirían que es porque ambas son aries; yo… podría darles la razón. Un signo de fuego es un signo de fuego.
Si la próxima temporada de premios finalmente les trae nominaciones a ambas, esto no solo significaría que vivimos en el timeline en el que mi yo de 11 años obtiene todo lo que quiere, sino que el 2008 y dos de los fenómenos culturales más grandes de ese año fueron cruciales en la formación de las estrellas que tenemos hoy en día.
Entendiendo los Óscar no necesariamente como los premios que reconocen lo mejor del cine, sino como el último escalón mainstream del estrellato, ese que les da a nominados y ganadores cierto status fuera de su nicho, celebrar a Lady Gaga y Kristen Stewart de este modo sería, también, celebrar su trayectoria, aplaudir tanto ese primer salto a la fama en 2008 como las carreras que construyeron posteriormente en industrias que en principio parecían renuentes a aceptarlas.
En medio de la emoción que esto implicaría, también habría un componente personal para todos aquellos que, como yo, conectaron con Lady Gaga y Kristen Stewart a temprana edad. Se trataría de una celebración de nuestros años formativos y no solo estaríamos apoyándolas desde la verdadera admiración de su talento y esfuerzo, sino desde la nostalgia, porque ambas fueron protagonistas de dos de los primeros fenómenos de fandoms del Internet y alrededor de ellas se crearon comunidades que en su momento se sintieron como pequeños refugios para preadolescentes y adolescentes que ahora son adultos que recuerdan con cariño el furor con el que defendían sus gustos ante el mundo hace 13 años.
Hace aproximadamente un mes, reunida con mis amigos, hablé sobre Twilight y lo que significó para mí en esa época. Entre todos, estuvimos de acuerdo en que pensar en ese período de nuestras vidas automáticamente nos transporta a un estado de felicidad pura. Y aunque suene ridículo, especialmente considerando la calidad de las películas y el material en el que están basadas, el sentimiento es completamente genuino.
Lo mismo me pasa cuando converso sobre Lady Gaga con mi mejor amigo. A pesar de no conocernos sino muchos años después, él pasó exactamente por el mismo proceso de descubrimiento e inmediata admiración por la cantante en el 2008 y eso es algo a través de lo cual conectamos ahora, a los 24 años.
Kristen Stewart y Lady Gaga están inherentemente asociadas con momentos de felicidad, ilusión y pertenencia para mi generación. Aun cuando las amamos por su individualidad sin reservas, podemos ver en ambas una suerte de extensión de nosotros mismos, de quienes éramos hace un tiempo, y esto hace de la venidera temporada de premios una experiencia gratificante, una pequeña recompensa, algo de lo que accidentalmente somos parte.