El vestuario de 'Poor Things': historia, influencias y la necesidad de romper las reglas
Un desglose de mi vestuario favorito del año
Desde que se empezaron a revelar los primeros detalles de la película, ha sido difícil separar Poor Things (2023) del monstruo de Frankenstein, creado por Mary Shelley e interpretado en la gran pantalla por Boris Karloff. Es entendible, Poor Things se trata de Bella Baxter (Emma Stone), una mujer que es traída a la vida —o, mejor dicho, revivida— por el excéntrico doctor Godwin “God” Baxter (Willem Dafoe). Las similitudes están allí. Aun así, rara vez un monstruo masculino ha dado de qué hablar gracias a su vestuario tanto como lo ha hecho Bella Baxter. Drácula, al menos en su representación clásica, prácticamente solo ofrece una capa negra como elemento diferenciador. La misma creación de Frankenstein usa ropa que no puede describirse de ninguna manera especial. Su novia, sin embargo, es otro caso.
Bride of Frankenstein (1935) cuenta con una de las primeras representaciones de un monstruo femenino en el cine —Georges Méliès había resucitado a Cleopatra como una momia en 1899, y en 1913, Universal estrenó The Werewolf, una película sobre una mujer lobo, escrita por Ruth Ann Baldwin, una de las pocas guionistas trabajando en aquel momento— y puso en nuestras mentes algunas ideas sobre las posibilidades que tienen tales seres en cuanto a vestuario.
El personaje aparece solo por unos minutos al final de la película, pero se quedó para siempre en el inconsciente colectivo. Cuando pensamos en la novia de Frankenstein, pensamos en una bata blanca —asociada con la sábana con la que se tapa un cuerpo muerto o la manta con la que se envuelve un bebé recién nacido—, en guantes de látex —que aportan un elemento sexual gracias al material y, al mismo tiempo, se sienten similares a las vendas con las que se cubren las momias—, en el cabello peinado hacia arriba y con rayos blancos de cada lado —como un choque eléctrico que nos habla de la cualidad violenta de su creación— y en zapatos de plataforma y hombreras —no como las de su pareja, las de él se extienden horizontalmente; las de ella, hacia arriba, su figura de mujer debe verse estilizada—; pensamos en muerte, infancia, sexo, crueldad y femenidad, cinco palabras sin las que no se puede hablar de Poor Things.
Puede que el monstruo de Frankenstein sea la criatura más fácil de asociar con Bella Baxter dada su historia de origen, pero tal vez haya sido su novia la que puso la semilla de cómo debería verse el personaje interpretado por Emma Stone en nuestras mentes, gracias a los códigos que estableció para el arquetipo en los años treinta. Aun así, claro está que mientras que esta aparece con un único look en su corto tiempo en pantalla, nosotros acompañamos a Bella Baxter por más de dos horas en Poor Things, lo que implica imaginar e inventar todo un repertorio de atuendos que complementen su gran evolución.
Este fue, según Holly Waddington, diseñadora de vestuario que ya cuenta con más de veinte nominaciones a diversos premios por su trabajo en la película, el personaje más difícil de vestir. ¿Cómo empezar a imaginar a alguien imposible de encasillar? Bebé, monstruo, mujer, madre, animal, humana. Por suerte, hubo un factor que ofreció las primeras pistas sobre lo que podía ser el vestuario: el steampunk.
Cuando hablamos de steampunk, hablamos de lo que comenzó siendo un subgénero literario de los ochenta que tenía elementos retrofuturistas. Pasado y futuro, simultáneos e indivisibles. Sus bases fueron sentadas por la época de la Inglaterra victoriana, luego de que la revolución industrial impulsara un avance tecnológico acelerado y pusiera sobre la mesa todo tipo de posibilidades para una sociedad deslumbrada por los nuevos descubrimientos. Se trataba de ir hacia atrás para imaginar aquello que pudo haber sido, lo que se tradujo en una estética particular que solía incluir maquinaria industrial de vapor, mundos de fantasía e invenciones futuristas en un contexto anacrónico.
Al concebir Poor Things como un proyecto perteneciente al subgénero, automáticamente estamos hablando de un período histórico y de la libertad de salirse de él, la Inglaterra del siglo XIX sin las normas de la Inglaterra del siglo XIX. Tanto la novela de Alasdair Gray en la que está basada la película como el guion de esta transcurren en la década de 1880. Sin embargo, cuando uno de los pocos deseos que expresó el director, Yorgos Lanthimos, para el vestuario fue el de tener mangas grandes, Waddington pensó que era una mejor idea que los eventos de Poor Things ocurrieran en los años 1890, un momento de la moda en el que se impuso la norma de los hombros extraordinariamente puffy, a lo que Lanthimos, quien antes le había pedido a la diseñadora que no se restringiera demasiado por la época, accedió sin problema.
El hecho de que los sucesos de la película, entonces, tengan lugar cuando lo tienen por razones exclusivamente relacionadas con la ropa le da un peso incluso mayor al vestuario. Nos obliga a verlo y detallarlo como el hilo que teje la historia. Parece ser que las mangas, como único elemento no negociable, llevan su propio mensaje.
Es inevitable pensar, nuevamente, en la novia de Frankenstein y sus hombreras verticales, en la costumbre de distorsionar la figura para simbolizar lo monstruoso. Y vale la pena, también, preguntarnos a qué se debía el repentino frenesí de las mangas gigot, como se les llama en francés, en la década de 1890. Estas habían sido populares antes, pero la llegada de la reina Victoria al trono de Reino Unido en 1837 dio pie a la preferencia por un estilo más sobrio y no fue sino hasta finales de siglo que estas volvieron con fuerza. Valerie Cumming, C.W. Cunnington y P.E. Cunnington definen estas mangas así:
Períodos: 1824-1836, 1862 y 1890-96. Una manga de día, muy amplia en el hombro, que disminuye de tamaño alrededor del codo y se estrecha gradualmente hacia la muñeca.
En 1827, la parte superior estaba a veces distendida con aros de ballena. En 1862, se usaban únicamente en vestidos de verano. En 1895, las mangas gigot eran "monstruosas" y requerían dos metros y medio de material.
La manga, llamada así por sus similitudes con la pierna de un cordero, podría decirse que no solo representaba lo monstruoso, sino lo animal, y junto con otros códigos que aparecieron en la época, logró dar forma a lo que se percibió como una nueva etapa en la moda, mucho más libre y extravagante, que avecinaba la caída de la rigidez de la era victoriana y caracterizaba a la Nueva Mujer de frente al inicio del siglo XX, lo que pone a Bella Baxter —una página en blanco y, en todos los sentidos, una “nueva mujer”— en sintonía estética con los temas feministas que maneja la película. Waddington, por su parte, compara las mangas con “pulmones llenos de aire”. Bella también es, después de todo, vida.
El uso de las mangas gigot es una de las pocas cosas que se sienten propias de la época en el vestuario de la protagonista. El reto, para todo lo demás, fue romper las reglas. Como una mujer resucitada, Bella Baxter tiene el cerebro de una bebé y el cuerpo de una adulta para el momento en que la conocemos, y esto le dio a Waddington la oportunidad de vestirla con piezas apropiadas para su edad física, pero combinadas con el criterio de alguien que poca idea tiene sobre usos correctos y costumbres sociales.
En el primer acto de la película, Bella vive en la lujosa casa de God, quien casi nunca la deja salir para ocultar su experimento de los ojos curiosos. Waddington explicó que le resultó imperativo crear una historia para sí misma que respondiera preguntas alrededor de la ropa que usa la protagonista, y entonces imaginó que era su niñera, Mrs. Prim, quien la vestía cada mañana y creaba looks apropiados que apenas unas horas después estaban incompletos o mal puestos, evocando la manera en la que un niño pequeño puede comenzar el día bien vestido y posteriormente estar descalzo o perder los pantalones debido a algún tipo de accidente.
Hay algo más que podemos notar en ella que nos hace verla como alguien ajena a su contexto casi inmediatamente: la falta de corset, una prenda que se esperaría de cualquier mujer en la era victoriana, pero no de Bella Baxter, quien no solamente es indomable, como demuestra la película una y otra vez, sino un ser aprendiendo a desenvolverse en un cuerpo nuevo y extraño al que apenas le está agarrando el ritmo, por lo que sus movimientos, como señaló Waddington, son impredecibles, difícilmente una característica que pueda respaldar un corset.
Otra regla fue transgredida cuando se le permitió a Bella llevar una larga cabellera negra, que como nota Max McCandles (Ramy Youssef) en la película, crece más de un centímetro al día. La intensidad del color fue accidental, pero Lanthimos decidió hacerla parte de la película, lo que informó las elecciones de Waddington en el departamento de vestuario y la llevó a escoger el amarillo como el color principal del personaje.
Para ella, el amarillo en sí se asocia con la alegría, el sol y los girasoles, algo que aprovechó para expresar la visión optimista que Bella Baxter tiene del mundo, reforzada por el uso de otros colores como el azul cielo, el verde limón y el rosa pálido. Pero el amarillo y el negro juntos son, por excelencia, colores de advertencia, de allí que los hayan adoptado las avispas, las ranas venenosas y las señalizaciones de tráfico. Hay algo sobre Bella que indica que hay que tener cuidado, que es, quizá, anormal.
La primera vez que Waddington le mostró a Lanthimos las paletas de colores con las que quería trabajar en Poor Things, este señaló que parecían los tonos de una manzana podrida, una analogía que sin duda funciona para una heroína que no experimenta el mundo ni puede ser evaluada en blancos y negros, sino en una escala de grises, casi siempre escogiendo el camino de la corrupción y la crueldad para aprender sobre el bien.
A medida que avanza la historia y el personaje principal evoluciona, también lo hace su vestuario. Cuando Bella abandona la casa de God y llega la hora de vestirse sin ayuda de su niñera, la vemos, en más de una ocasión, saliendo a la calle en ropa interior —los shorts amarillos de seda o la “camisa” blanca sin mangas que viste en sus aventuras en Lisboa son piezas que idealmente se usarían con varias capas de ropa encima para cubrir las partes del cuerpo que ella deliberadamente deja a la vista— o con prendas transparentes que no hubiesen sido, de ninguna forma, aceptables en la época victoriana real, mucho menos combinadas con botines que revelan los dedos de los pies, inspirados en el retrofuturismo de André Courrèges, la moda de la era espacial y el género de la ciencia ficción de finales de los sesenta. El zapato de punta abierta, explica Waddington, habla de lo simplemente incontenible que es Bella.
Más adelante, cuando su destino la lleva a un burdel, el anacronismo del vestuario se hace incluso más latente. Mientras que una prostituta victoriana usaría corset y medias largas y negras, Bella Baxter y sus compañeras liberan sus cuerpos de tales restricciones, se visten con variaciones de tonos piel y revelan sus senos, siendo esto último el sello que Waddington quería darles a los personajes en este lugar. El propósito aquí, según la diseñadora, era ir en contra de todo aquello que hoy en día nos parece atractivo o sexual, así que se alejó de colores como el rojo y el negro, asociados con la pornografía, e incorporó prendas como medias de látex nude y “panties de abuela”, que, a diferencia de los pantalones bumster que diseñó Alexander McQueen en los noventa y sirvieron como referencia principal para las mujeres del burdel, no amenazaban con mostrar la parte de atrás del cuerpo, sino la de adelante para jugar con la idea de que nadie en la actualidad desea ver o enseñar el vello púbico.
Esta sección de la película es seguida por una en la que queda claro que la educación y progresión de Bella están en su punto más avanzado hasta el momento y es entonces cuando comenzamos a verla con looks mucho más estructurados, que son los que está usando cuando descubre aquello que quiere ser. Sin embargo, estos son reemplazados en pocos minutos por un vestido de novia, que habla, principalmente, de aquello que puede o debería ser.
Es un traje de novia contradictorio, como dice Waddington. Es ligero, permite moverse libremente y cuenta con transparencias que no esconden el cuerpo de Bella, pero también ocupa espacio y da la impresión de ser pesado por sus grandes mangas que, gracias a un tipo de alambre especial para sombreros, se extienden horizontalmente y parecen encerrarla, como si se trataran de una jaula.
El velo, por su parte, fue un dilema hasta momentos antes de que se grabara la escena. Waddington sostenía que alguien que iba siempre en contra de las normas sociales no usaría un accesorio que, para ella, se siente netamente “sacrificial”. Fue entonces cuando Emma Stone tomó el velo, lo puso en su rostro y se lo amarró con un nudo en la parte de atrás de la cabeza. Tuvo sentido; si Bella Baxter va a lucir una prenda como esta, debe hacerlo de una forma no tradicional. Y si tomamos en cuenta los eventos de la película, resulta acertado que el personaje use el accesorio como una suerte de máscara que no le permite ver claramente lo que tiene enfrente.
El siguiente vestido con el que vemos a Bella, al igual que uno azul que aparece en la breve escena que abre la película y toma como referencia principal las armaduras medievales, no le pertenece a ella, sino a Victoria Blessington, la mujer que era antes de convertirse en un experimento científico. Ambos trajes, inspirados en la milicia, fueron diseñados para evocar algo contrario a la belleza. Se supone que deben sentirse como elementos opresivos puestos sobre un cuerpo que nos acostumbramos a ver libre. Es por eso que ciertamente, cuando Bella aparece en pantalla con un vestido naranja y vinotinto que es casi imposible de separar del look típico de una chaqueta militar, es inevitable extrañarse y sospechar que las cosas no van a estar exactamente bien de ahí en adelante.
Finalmente, el último atuendo de Bella refleja no solo madurez, sino modernidad. La vemos con un suéter tejido y casual, sumamente parecido a uno de 1895 que se encuentra en la colección del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York como un testimonio de los inicios del sportswear femenino, y con un pantalón tipo culotte que hoy en día está intrínsecamente asociado con la diseñadora de moda y también Nueva Mujer, Elsa Schiaparelli, quien los creaba y usaba en las años treinta, cuando se consideraban una especie de “falda dividida”.
No solo es el vestuario de Bella Baxter el que resulta extremadamente inteligente e innovador en Poor Things, sino que esto es algo que podría decirse de igual forma sobre los personajes masculinos. Godwin Baxter, por ejemplo, se mezcla en sociedad con trajes típicos del hombre victoriano, pero en casa su ropa está inspirada en el enterizo futurista que diseñó el artista ruso Aleksandr Rodchenko en 1922. El look desaliñado de Max McCandles lo pone en una posición de otredad en un entorno privilegiado, lo que hace que tenga sentido que sea él una de las pocas personas capaces de ver a Bella como un igual. Harry Astley (Jerrod Carmichael), mientras tanto, comparte una visión moderna del mundo con la protagonista y es por eso que su estilo está directamente basado en la moda masculina de los años veinte y treinta, representando su carácter progresista. Y finalmente, Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) es un hombre que debe ser leído como pomposo apenas el espectador posa sus ojos sobre él, razón por la cual la mayor inspiración detrás de su look fueron los personajes de caricaturas satíricas de finales del siglo XIX, de las cuales adoptó su propio físico: las líneas curvas y el “pecho de paloma”, logrados con rellenos en distintas partes del cuerpo y un corset masculino que definitivamente no se acostumbraba en la vida real.
Y si de otro personaje femenino tendríamos que hablar, sería Madame Swiney, la jefa del burdel al que llega Bella en París, quien plantea algo estéticamente disruptivo incluso en una película como Poor Things. Para Waddington, esta fue la vestimenta más fácil de idear. Había crecido viendo la telenovela británica Coronation Street, en la que aparecía una mujer llamada Hilda Ogden, que, con su turbante usual, le dio a la diseñadora la pista principal para imaginar a Swiney, visión que complementó con elementos reminiscentes de PJ Harvey en los noventa.
Poor Things también nos invita a conocer un mundo de texturas “orgánicas” que recuerdan a aquellas que podemos encontrar en la naturaleza, en la piel e incluso en los órganos internos. Esto jugó a favor del vestuario en la primera sección de la película, grabada en blanco y negro, una decisión que Lanthimos tomó a última hora y que hizo imposible retrabajar la mayoría de las piezas para contar con un mayor contraste entre los tonos de las mismas. Al final, el juego de luces y sombras en la ropa se logró a través del uso de materiales con texturas inusuales, como esa del polisón acolchado que usa Bella en una de las escenas iniciales.
En una película cuya belleza general hace difícil elegir dónde poner el foco, el vestuario de Holly Waddington está lejos de pasar desapercibido. Incluso antes del estreno, gracias a los teasers, fotografías en el set y tráilers, este parecía plantear algo que terminaría hechizándonos una vez que saliera a la luz por completo. Y así fue.
Creo que no muchos vestuarios logran decir y enseñar algo innovador dentro de las paredes de una película y además conectar con las audiencias y el momentum que están teniendo ciertas tendencias en la vida real. Nuestro gusto por los looks de un personaje que aparece en más de una ocasión usando “pantaloncillos” o el fondo de una falda me hace pensar, por ejemplo, en Miu Miu, la segunda marca más popular del último cuatrimestre del año pasado y una que lleva tres colecciones seguidas poniendo a modelos en panties sobre la pasarela. El regreso de los botines de punta abierta como los de Bella quizá sea algo que traiga el comeback de la estética del 2014 y si de distorsionar la figura con unas mangas se trata, estoy segura de que la generación obsesionada con los filtros, los fillers y el zoom de 0.5x del iPhone encontrará un espacio para seguir alterando su imagen con ellas.
Pocos monstruos tienen una identidad tan marcada como la protagonista de Poor Things. La criatura de Frankenstein y su novia ni siquiera tenían nombres. Bella, en cambio, nos recuerda el suyo refiriéndose a sí misma en tercera persona y trata de darle sentido a quién es a través de todo tipo de decisiones, buenas y malas, incluyendo las prendas que escoge ponerse. Si Poor Things es la historia de una mujer en un viaje de autodescubrimiento, es meramente lógico que la ropa que usa sea parte crucial de la identidad que la vemos construir. Esta es una película que merece ser revisitada por todo tipo de razones. Consideren el vestuario de Holly Waddington solo una de ellas. ¡Larga vida a Bella Baxter!
increíble ♥️
💖💖💖 nada mejor que leer a las 3 am