‘Challengers’: Luca Guadagnino inventa el deporte del deseo y lo llama tenis
Una reseña de la película que, desde ya, podría ser mi favorita del 2024
Challengers (2024) está constantemente desafiando la lógica. Un director que piensa que el tenis es aburrido hace una película en la que se ve como el deporte más entretenido, interesante y aerodinámico que existe. Aquí, los tenistas no corren ni saltan; vuelan. Hay tomas que, en medio de una partida, muestran el punto de vista de la pelota que va y viene de un lado a otro o el de la cancha que ve a los jugadores pararse y rebotar una pelota sobre ella. No parecen planos posibles, pero lo son en Challengers. Y esta, también, es una película en la que 1 + 1 puede ser igual a 0, 1, 2 o 3.
Tashi Duncan (Zendaya), con solo 18 años y un juego agresivo y bien pensado, es una joven promesa del tenis, destinada a convertirse en la mejor del mundo una vez que decida entrar en territorio profesional. En una conversación con Art Donaldson (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O’Connor), dos tenistas adolescentes y mejores amigos desde la infancia que no pueden evitar sentirse atraídos hacia ella, Tashi pone en palabras el ethos sobre el cual funciona la película: el tenis, más que un deporte, es una relación, y dos jugadores que se enfrentan entre sí pueden operar como amantes en una buena partida, alcanzando el entendimiento mutuo y volviéndose uno solo o, en ocasiones, desapareciendo por completo en la intimidad hasta que ninguno de los dos existe.
Este es un concepto nuevo para Art y Patrick, al menos en teoría. En la práctica, entendemos, les es familiar. Cuando ambos buscan salir con Tashi, ella expresa su única inquietud con el tema: no quiere ser una rompehogares. “No vivimos juntos”, le asegura Art. “Es una relación abierta”, explica Patrick. Ninguno de los dos niega tener un vínculo no necesariamente platónico con el otro. Este dúo, que se hace llamar Fire and Ice cuando juega en dobles, sabe que existe una relación de codependencia nunca antes verbalizada entre ambos, atravesada por y fundamentada en el tenis.
En su primer encuentro, Tashi les pregunta quién representa el fuego y quién es el hielo. Esta interacción establece la dinámica del trío. Tashi indaga, estudia y guarda información que usa para manipular situaciones. Patrick esquiva, reta y pasa la pelota, invitándola a contestar cuál cree ella que es cada uno. Art encarna la sensibilidad y la adoración absoluta, muchas veces ignorando su propio rol en los escenarios en los que se encuentra, por lo que solo responde alabando la técnica de Tashi.
Challengers tiene una estructura narrativa que viaja en el tiempo. Se nos muestra un presente incompleto, con una partida final decisiva entre Patrick y Art en el Challenger de New Rochelle en 2019, y en repetidas ocasiones se nos revelan ciertos momentos y conversaciones de años anteriores que dan suficientes pistas para entender por qué un pequeño torneo de un circuito que usualmente contempla talento emergente carga, para estos tres personajes en sus treinta e incluso cansados de jugar, con el peso de 13 años encima. Esto, de entrada, nos permite comprender la importancia del rol de la edición y el montaje en la película.
Las historias que exploran sus temas centrales de forma no lineal son más propensas a tropezar en búsqueda de su ritmo. Los saltos en el tiempo, así como los voice-overs, pueden, en ocasiones, entorpecer más de lo que ayudan y traer consigo una exposición innecesaria. En el caso de Challengers, este es un aspecto que se maneja impecablemente la gran mayoría de las veces.
No se trata de un proyecto que pueda entenderse exclusivamente como un sports film ni tampoco como un drama de relaciones. En cambio, encuentra un punto de placer entre ambas categorías y hace uso de su edición y diseño para sacar máximo provecho de las ventajas que ofrece cada una. Ir de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante permite desenmarañar las motivaciones de los personajes y detectar dónde recae en cada uno la vulnerabilidad que los une y los tensa en el presente, vinculando la naturaleza de las relaciones humanas con la de un misterio. La rapidez con la que se nos pasea a través de los años, mientras tanto, se siente similar al rebote de la pelota de un lado de la cancha al otro, un efecto replicado por la forma en que se desenvuelven y retratan los diálogos y dinámicas interpersonales. Challengers es un gran juego de tenis y el tenis, como plantea la película, es puro erotismo y romance. Si la historia parece estar enmarcada dentro de dos categorías, es solo porque parte de una visión que considera que una no puede existir sin la otra.
Estamos hablando, entonces, de un ritmo errático y difícil de mantener, por lo que el director Luca Guadagnino recurre constantemente a intertítulos que nos ubican en el tiempo y el espacio. Si bien Patrick es quien comienza a salir con Tashi tras haber competido —literalmente, en un juego de tenis— contra su mejor amigo por su número, ella termina siendo la esposa y entrenadora de Art 13 años más tarde. Su carrera en el tenis profesional dejó de ser una certeza cuando sufrió una lesión de rodilla —de esas que hacen que el escalofrío colectivo en una sala de cine pueda escucharse con sonidos emitidos entre dientes y nos demuestran que poco ha cambiado desde que la llegada de un tren asustó a los espectadores que recién conocían el séptimo arte hace cien años— y ahora su esposo, que ha ganado casi cualquier trofeo imaginable por y gracias a ella, debe enfrentarse a Patrick nuevamente en un juego que pone en riesgo su ego y su matrimonio. Los intertítulos, más que velar por la elocuencia para transmitir el mensaje, funcionan mejor como una decisión estética en una película que no tiene miedo a parecer un comercial de vez en cuando y usar esto a su favor. Después de todo, ¿qué es el deporte sin patrocinantes o el Super Bowl sin publicidad millonaria?
Guadagnino construye una película sobre lo que se consume y no se consuma, un cambio luego de haber fusionado ambas cosas en Bones and All (2022) con un romance entre caníbales. Por lo palpablemente erótica que es Challengers, resulta sorprendente que su aproximación al sexo sea a través de escenas de foreplay y conversaciones poscoitales. Pero hay sudor que cae directo de la cara de los jugadores a la cámara y, en consecuencia, sobre la audiencia. Hay faldas de tenis que se levantan sutilmente cuando las roza el viento. Hay muslos que se tensan cuando un jugador adopta la posición correcta para pegarle a la pelota con la raqueta o se revelan cuando usa su pierna para abrir la puerta de un carro. Hay pechos descubiertos cada vez que se anuncia un breve descanso en medio de un partido. Hay espaldas que se arquean ante la presencia o la mención de un ser deseado. Y, por supuesto, también hay alpargatas Chanel, chemises Uniqlo, raquetas Wilson, vallas Aston Martin, brazaletes Cartier, botellas Gatorade, fiestas Adidas. De todas las maneras posibles, Challengers nos obliga —como si hicieran falta ganas— a consumir… cuerpos, marcas, deportes y también comida, preferiblemente aquella de forma fálica — churros, bananas, perros calientes. Los intertítulos parecen, más bien, anunciar cuál es el próximo plato en el menú.
El deseo y la tensión son las fuerzas detrás —mas no ocultas— de Challengers, que juega con una sensualidad explícita sin llevarnos nunca al punto del clímax. En una escena en la que Art se reencuentra con Tashi tres años después de su lesión, este le pide que sea su entrenadora. Ella cuestiona si lo hace porque le tiene lástima o se siente culpable. Él le asegura que es porque quiere ganar. Esto es suficiente para Tashi, quien entonces también da pie a su relación, besándolo apasionadamente en un estacionamiento. El tenis se nutre de ambición y el romance, de deseo. Y ambas cosas deben renovarse constantemente porque un premio o un matrimonio —que, cuando compites por tu esposa, se convierte en otro premio o, como dice Art, en “los puntos que importan”— no significan nada si no existen la necesidad de probar algo y el antojo de ir por más. Nos muestran una foto de Art con un trofeo en el pasado y una lista de todos los reconocimientos que ha obtenido hasta ahora en televisión, pero nunca lo vemos ganar. Esto poco le interesa a Tashi, quien se nos presenta por primera vez observando el partido final y es por eso que funciona como nuestros ojos en la película. Lo que vale realmente es que Art quiera seguir ganando, que exista una tensión latente entre su habilidad y su objetivo. El conflicto es la única forma de estar vivo, en el amor y el tenis.
Los mejores thrillers eróticos funcionan bajo la premisa de que todo, absolutamente todo, gira en torno al sexo —encender un cigarro, cruzar las piernas, mojarse bajo la lluvia—, sin que esto implique ver a los actores interpretar escenas netamente sexuales durante toda la película. Challengers no pertenece estrictamente al género, pero toma notas de la suposición de que lo más erótico que puede existir es la implicación del sexo… y domina la lección. Michael Douglas se negaba a fumar con Sharon Stone y Glenn Close, dos mujeres que lo tentaban haciendo ver el vicio como un accesorio. En su primer encuentro, Zendaya le rechaza un Cadence —una marca de cigarrillos inventada en la película— a Josh O’Connor. Cuando se reencuentran, 13 años después, hace lo mismo con un Camel. A través de la insistencia, se da a entender que Tashi ha fumado antes con Patrick. El erotismo es, también, el hábito que amenaza con volver, y la femme fatale puede, de vez en cuando, ser un hombre de 32 años que probablemente no se ha bañado en días.
Luca Guadagnino es exactamente el tipo de director que quieres al mando de un proyecto que maneja este registro. Si debemos creer en la regla del “mostrar, no contar”, entonces es necesario que lo consideremos a él uno de sus casos de éxito. Guadagnino, sin embargo, practica un “mostrar” alejado de las sutilezas. Sus personajes no conocen los gestos delicados — van a pasear por la casa cantando y bailando una canción de los Rolling Stones por más de dos minutos, van a masturbarse con un durazno, van a comerse el cadáver de una anciana vistiendo solo ropa interior y posicionándose en cuatro. Esta es una de sus fortalezas, una que es extremadamente útil en una película como Challengers y que hace innecesarios los momentos de exposición redundante en los diálogos escritos por Justin Kuritzkes. ¿Es verdaderamente indispensable que Tashi le revele a la audiencia que el tenis es equiparable con una relación sexoafectiva? En una película de Luca Guadagnino, no, no lo es. Ya sabemos que él nos lo va a mostrar de todos modos.
Las dicotomías presentadas en Challengers dan la impresión de ser infinitas: contar - mostrar, entrenador - jugador, vida - muerte, amor - tenis, ganar - perder, poder - sumisión, erotismo - sexo, consumir - consumar, talento - técnica, fuego - hielo. Y estas están constantemente saltando de un lado de la red al otro. Sería fácil considerar que se trata de una película de extremos y dobles, excepto que esta nunca nos permite olvidar que son tres las personas con algo en juego.
Interpretando la versión más joven de Tashi Duncan, Zendaya logra transmitir especialmente bien la inevitabilidad de su estatus de leyenda. Su mirada conlleva un peso intencional, nos despierta la necesidad de ver, siempre, qué es aquello que podría cautivarla, y su presencia hace mandatoria toda nuestra atención. La cámara también tiene una forma particular de capturarla en esta sección de la película — el director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom la hace ver, simultáneamente, como el juguete más brillante del lugar, una sirena y un galardón de oro. No obstante, en la última de las líneas de tiempo, su actuación palidece frente a las de sus compañeros de escena. La versión madura de Tashi, aunque tiene grandes momentos y más de un diálogo que podría hacerla sonar como el personaje destinado a volverse viral de una manera positiva, se siente, más bien, como una imitación de lo que Zendaya cree que debe ser una mujer de negocios/esposa fría/madre pragmática.
Mike Faist, la gran revelación de West Side Story (2021), se sacude de encima la rudeza de Riff para interpretar el papel del esposo devoto transformado por la tragedia ajena en Challengers. La lesión de Tashi se convierte en un evento formativo para Art Donaldson, quien, irónicamente, deja de jugar cuando pasa de muchacho inmaduro a tenista profesional. Su carrera es la carrera de Tashi; su cuerpo es simplemente un lugar en el que ella deposita su técnica y ambición. Y Faist es realmente bueno evocando la presencia de alguien habitado por dos personas al mismo tiempo. No parece casual que, del trío protagonista, sea él quien canónicamente alimente un estereotipo de sumisión, representado por su forma de vestir —la clase de ropa interior que usa va en contra de la idea de masculinidad viril y, por ende, de lo que se asocia con el poder; sus uniformes son patrocinados, de forma sumamente evidente, por Uniqlo, como si su cuerpo no fuera más que una valla publicitaria en blanco—, de moverse e incluso de gemir —y no gruñir— cada vez que le da a la pelota con una raqueta. Son los otros personajes quienes lo penetran, pero es él quien los consume y los convierte en parte de sí. La dualidad de Faist como descubrimiento reciente del cine y actor/cantante/bailarín de Broadway lo hace una elección sensata para el rol, que requiere de una vulnerabilidad subyacente y cierto amaneramiento que expresen lo suficiente sin caer en la obviedad.
Y aun así, quien resulta más interesante de ver en esta película, sin duda, es Josh O’Connor como Patrick Zweig. Engreído, desastroso, patético y talentoso, este personaje sería muy fácil de odiar y categorizar como el villano de la película si no existiera una actuación multidimensional y encantadora para respaldarlo. Patrick es el fenómeno del tenis que no fue, el malcriado que nunca maduró y el animal que no duda en llevarse por delante —y comerse— todo lo que tenga enfrente. El accidente de Tashi, para él, también implicó un reajuste en su vida, marcado por la pérdida: de su mejor amigo, de su pareja, de la posibilidad de clasificar y ganar algo más grande que un challenger, incluso de tener dónde dormir. De lo más maravilloso del trabajo de O’Connor es la manera en que, aun entre las sonrisas arrogantes y los comentarios ofensivos que usa como mecanismos de defensa, logra expresar realmente cuán importante era y es para él aquello que perdió, solo a través de gestos y miradas. Nada más en su actuación, existe una película entera.
El score de Challengers, compuesto por Trent Reznor y Atticus Ross, no se abstiene de contar su propia historia. Aquí no interesa demasiado el fondo — New Rochelle, Atlanta o Stanford… ninguno salta de la pantalla para reclamar algún tipo de protagonismo. La música, en cambio, funciona como el espacio, un lugar en el que solo existen Tashi, Art y Patrick. Piensen en Francis Ford Coppola anunciando que, en su adaptación de Drácula, el vestuario sería el set. Aquí el techno que acelera el ya emocionante ritmo de la película y aísla a los tres personajes principales de lo que sucede a su alrededor es el que nos deja saber exactamente dónde estamos parados, sin que se le ocurra revelarnos a dónde iremos luego. Todo es tensión y “deseo homoerótico interminable”, uno de los requisitos de Guadagnino para Reznor y Ross.
Aun cuando el desenlace de Challengers permite sacar distintas conclusiones y nos invita a desempacar-empacar-y-volver-a-desempacar de forma obsesiva todo lo que vimos en más de dos horas para tratar de darle forma a aquello que es incontenible y humanamente irracional, es la canción que suena al mismo tiempo que comienzan a proyectarse los créditos la que parece poner el punto final en la historia. Lo que no funciona de la escena en la que Tashi expone qué es el tenis para ella —y qué debería ser para nosotros, los espectadores— es exactamente lo que fascina de Compress / Repress. Reznor diciendo “One and one, one, two, three”, “You and you is me / You, you, into me” o “All is lust, all is lost, all is lost, inside us” es toda la manifestación de un ethos que necesita la película, ambigua e irrefutable al mismo tiempo.
Challengers, en primer lugar, se presenta como una película divertida de ver, del tipo que nos recuerda por qué, a pesar de que contemos con tantas opciones de streaming, vale la pena ir al cine para sumergirnos por completo en un mundo al que no tenemos acceso en la sala de nuestras casas. Sin embargo, lo que más impresiona es que no sea solo eso, sino que a medida que la gratificación instantánea de la ilusión del sexo y la emoción del juego dan lugar a otras aproximaciones, se mantiene de pie por la complejidad de los vínculos que retrata, el entusiasmo palpable en cada toma y las conexiones que pueden trazarse entre sus temas. Parece una historia sencilla; su subtexto, sin embargo, no lo es. Recuerden: este es un proyecto que, en lugar de querer capturar un simple partido de tenis, prefiere descubrir cómo se vería este desde perspectivas inimaginables y desafiantes. “Break the rules of this game / Touch, touch, touch yourself / I am you, you are me / One, one, one, two, three”. Díganles a sus amigos: Guadagnino hizo una película que invade tu mente e inunda tus pantalones. El cine ha vuelto.